miércoles, 30 de julio de 2008

CON EL CORAZÓN

CON EL CORAZÓN: A SOLEDAD GRANADOS

No sé qué palabras elegir para homenajear con ellas a una mujer que se nos fue cuando ya era presente la primavera en los verdes y cuando mis propósitos de visitarla en su ciudad de residencia Granada, volvían a ser urgencia por sus palabras al teléfono que si bien, como los grandes, trataban de ocultar su grave estado de salud, no escapaban a la evidencia que presentía en ellas.
Se llamaba Soledad Granados y durante años fue mi profesora de matemáticas, y la de muchas alumnas cordobesas, allá en la querida e inolvidable Plaza de la Concha.
Y en esta hora, cuando un día más la vida me llega con el amanecer en mi avenida, no puedo dejar de recordarla porque ella nos distinguió con su más puro afecto, con su más noble y generosa condición de mujer sabia para la cual jamás creció hierba en el camino de su dedicación y fe.
Es por eso que sólo me queda por hacer lo único que sé y puedo: abrir el micro de mi corazón y darle cuerda a estos sentimientos que, como potente voz, la seguirán recordando, imitando, mientras mis alas sigan izando vuelos en los días.
Parafraseando a Miller digo: No se puede ver la rosa en un sótano pero se puede percibir su perfume, y la fragancia de Soledad Granados, águila que voló en grandes alturas, nos impregó a todos los que la conocimos y quedó para siempre prendida en nuestra piel porque el aroma de Soledad tenía nombres: vocación, amor, amistad… que es como una suerte que nos inciensa hasta después de la muerte, porque basta saber que existe, que existió para que en nuestra vida podamos entonar el himno de fe en el ser humano.

lunes, 21 de julio de 2008

VIVIR AL DESNUDO

Hablemos de nudismo
22/07/2008 ISABEL Agüera
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Hay que ver, con los puritanos y religiosos que eran nuestros padres, las fotos tan pornos que hacían, como todo un rito, de nuestros ricos y tiernos bebés! En la mía estoy que me chillo: rollitos, ojitos bizcos, ajetreo de patucos que evidencia cómo alguien del otro lado de la cámara me provocaba un precoz, ajó, ajó.
¡Claro que a mí maldita la gracia que me ha hecho siempre el que mi madre, tan orgullosa de la hermosura de su Pabela, exhibiera la foto como si de una obra de arte se tratara!
No obstante, si bien ya la foto desaparecida, la recuerdo con cierto apego, la añoro, ¡vaya!, dado que lo obsceno de una imagen, lo vergonzoso, no debería depender para nada de más o menos vestidos sino de esos otros ropajes que adheridos a nuestra piel como costra protectora, cuidamos bien de mantener y fomentar porque de perderlos quedaríamos en cueros vivos y con las verdaderas vergüenzas al descubierto. Hipocresía, envidia, dinero, celos, kilos., años...
¡Uy, uy qué mal tener que vivir tirando de tan pesado equipaje! Palabras muy mal cortadas, peor cosidas y tan engañosamente lucidas en las pasarelas de nuestra cotidianidad, prendas que, más bien antes, se nos caen sin remedio y ahí quedamos, con nuestro auténtico al aire.
Soy muy lento para quitarme la ropa --dice una frase anónima-- pero cuando el mar merece la pena, en absoluto me importa lanzarme al agua y mojarme.
Y yo creo que sí vale la pena vivir al desnudo, vivir siendo auténticos, vivir siendo únicos. Vale la pena un lento pero imparable estricti que aleje de nosotros esa pesada carga que es la barbaridad de poses que soportan nuestras espaldas.
¡Ay, qué sería de aquella foto de mi desnudo! Es como un icono que añoro porque más vale las partes pudendas al aire que imaginar un mundo de gente tan revestida de mentiras que cuando vuelven el rostro para encontrarse solo hallan frío y soledad.
* Maestra y escritora

viernes, 11 de julio de 2008

JUBILADOS Y A CALLAR

Jubilados y a callar
08/07/2008 ISABEL Agüera

Cinco cosas me agradaban mucho --dice Santa Cruz -- leña seca para quemar, caballo viejo para cabalgar, vino viejo para beber, amigos ancianos para conversar y libros antiguos para leer.
Sí, yo también, adherida por completo al progreso, a lo nuevo, creo de justicia reivindicar el valor tan sabroso de todo aquello que fue marcado por los años, porque es cierto que se experimenta gran alegría con ambiciosos proyectos, alegría de poder servir para mucho, alegría por el vigor de nuestro cuerpo y la lucidez de nuestra mente, pero hay también, y, sobre todo, la inmensa alegría de servir, aunque solo sea para algo, porque ¡qué triste sería el mundo si todo estuviera terminado, si solo hubiera lugar para cabezas privilegiadas y rascacielos giratorios, si no hubiera ni una sola planta que sembrar, ni una lágrima que enjugar ni una sonrisa que compartir!
Hoy día, a los jubilados en plenitud de la vida se les arrincona, se les arroja oficialmente a la papelera, se les manda callar y solo hay para ellos una mención, un recuerdo, cuando políticamente interesan. Pero la evidencia es la gran lección que todos podemos entender, y los jubilados hoy más que nunca son buena prueba de cuánto puede hacer un hombre, una mujer cuando deja de producir en el sentido económico de la palabra: jubilados estudiando, colaborando en obras sociales, culturales, abuelos y abuelas con responsabilidades, muy superiores a veces a su capacidad física, con respecto a hijos y nietos.
Jubilados prestos a todo y a todos, pero, eso sí, exentos, por su carnet de identidad, de las más variopintas posibilidades. Jubilados, un punto y aparte que ya no interesa, pero a los que yo exhorto a no rendirse: seguimos con manos, luego una pequeña escoba por hacer porque el tiempo no se detiene y si es bueno conocer los nombres de las flores, mucho mejor será esforzarse para crear una flor nueva.
* Profesora y escritora

martes, 1 de julio de 2008

EN LA MIRADA DE LO SNIÑOS...

Cuando murió mi madre, mis hijos tenían cinco y siete años respectivamente.

Al llegar el primer aniversario de su fallecimiento, se me planteó un dilema: ¿los dejaba con la vecina para ir al cementerio o los llevaba conmigo?

Con reparos, razones, y hasta escrúpulos, me decía a mí misma: “El cementerio no es lugar para niños tan pequeños. Pueden impresionarse, traumatizarse, asustarse...”

No obstante, haciendo caso a mi marido, hombre práctico y de grandes y sencillos valores, decidí que me acompañaran.

Y resultó que, cuando más a la expectativa andaba yo, acerca de sus posibles reacciones, ellos, sin dejar de juguetear por los caminillos, al llegar a la calle donde mi madre estaba enterrada, mirando, cuando yo les indiqué el lugar, exclamaron felices:

-¡Que bien está aquí la abuela entre tantas flores y pájaros!
-La abuela no está en el cielo; la abuela está en un jardín. Y como a ella le gustaban tanto las flors...

Después, en casa, mi hija de siete años, dijo:

-Voy a sembrar una maceta para que se la llevemos a la abuela.
Y el pequeño añadió:
-Mamá, ¿cuándo vamos a ir otra vez al jardín de la abuela?


Realmente sorprendida, yo me dije:

En la mirada de los niños/as sólo hay belleza y bondad. Los fantasmas son visiones de los mayores, pero, a fuerza de alimentarlos, logramos que se hagan tan gigantes como para exterminar la ingenuidad de los pequeños,