miércoles, 28 de septiembre de 2011

Creatividad, Lengua y N. Tecnologías

El titular puede confundir porque la obra trata de traducir en actividades de Lenguaje, muchas de las posibilidades que se manejan en Internet. Nada que ver con lo que puede entenderse de dicho titular.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Idólatras que somos


Pues sí, tropecé con un dios de mentira, pero claro, yo no lo sabía, y como si fuera una repentina aparición lo abordé en la librería de unos grandes almacenes de nuestra ciudad. "¡Perdone, perdone!"; "Espero a alguien", exclamó, buscando con la vista por encima de las estanterías alguna cámara más valiosa que mis humildes palabras, ruido, sin duda, que entorpecía el esplendor musical de su momento.

Me alejé sin más, pero las reflexiones me crecían como la espuma:
 ¿Acaso es más grande el que llega más lejos, a saber por qué? No, me dije, más grande debe ser el que tiene tallas para todos.
¿Acaso tenemos que rendirle culto a los ídolos? No, me dije, son perecederos, son humo que se pierde recién nacido, son barro que se desmorona con solo tocarlo.
A ciegos que estemos, podemos ver cómo la idolatría campa hoy día a sus anchas: dioses más dioses que se aúpan en la peana, se colocan el áurea y, ¡hala!, que me rindan culto, que me adoren y a reservarme para cosas importantes.
Y los adoramos, ¡Vaya si los adoramos! Futbolistas, tenistas, toreros, escritores, políticos, personajillos televisivos, etcétera por los que nos sacamos los ojos si es preciso. Es lo que hay: dar la espalda al único Dios creador y dirigir el incensario hacia los ídolos, olvidando que el sol se pone al tiempo que nuestros cabellos se tornan grises y en la agenda de nuestra vida las fechas caducadas se nos alzan en blanco.
El mundo no precisa de ídolos sino de seres humanos de carne y hueso con los pies en la tierra y la cabeza colgada de la provisionalidad y nada que somos. Gente honrada, auténtica, veraz, persona, ante todo, que arrime el hombro, que no anteponga el deseo de poder y fama, al flash porque lo más de los ídolos será transformarse en palos con cabeza y sin corazón.
Hay gente tan sumamente pobre, que solo busca la aburrida peana de un altar.

* Maestra y escritora




martes, 13 de septiembre de 2011

Más que indiganada




DIARIO CÓRDOBA/ ISABEL AGÜERA

No lo puedo evitar pero, cuando tocan al magisterio, se resiente mi fibra más sensible.
Y es que se suelta la lengua con una facilidad espantosa y con una total unanimidad de opiniones, cuando se desconoce un tema y solo se habla dando cuerda, aunque sea inconscientemente, al provecho propio, la envidia o el populismo.
Bueno, el caso es que por si fuera poco el mal ánimo, a causa de la tan deteriorada autoridad, la falta de colaboración, las muchas exigencias administrativas, etc. que cunde entre el profesorado, ahora, en estos días, ¡más leña al fuego!
Que trabajan menos que los demás, que si hay que suprimir plazas, que si patatín que si patatán, que el tema da para muchos votos de cualquier color.
Es decir, que gran parte del problema de la crisis se solucionará, con más horas de trabajo al magisterio, menos profesores y más alumnos.
Más que indignada por supuesto. Ya está bien la facilona y populachera muletilla de las horas de trabajo del magisterio. ¿Se cuentan las horas de claustros, de visitas de padres, cursos de reciclaje en horas extras, asistencia a Consejos Escolares, días de viajes, horas de preparación de fiestas, de salidas del Centro, etc.? ¿Se cuentan el tiempo de preparación de clases, corrección de exámenes, horas de Evaluación, búsqueda de materiales, etc.?
Y esto sin contar el estrés que conllevan las horas presenciales en el aula, atendiendo a veinticinco o treinta alumnos -eso ahora-, cada uno con su singular complejidad. ¿Acaso los padres soportan bien a uno o dos de sus hijos en tiempos de vacaciones?
El magisterio precisa motivación y no cargar sobre sus hombros, como ha sucedido siempre, más exigencias y responsabilidades, abusando así de su abnegación y amor a la educación, a los niños y a la enseñanza.
Y, bueno, que el chollo está ahí, que el que quiera estudie, haga oposiciones, tras largos años de estudio, intentos, aprobados sin plaza,  paso por aldeas, pueblos, interinidades más interinidades y... ¡Tijeretazo, aumento de horas, recorte de sueldos y opinión pública al canto! ¡Qué pena me da al comprobar lo poco que esta sociedad avanza 

sábado, 10 de septiembre de 2011

La cuesta arriba



Lo decía, o al menos yo le ponía letra, al "carretilla", el tren aquel de ruidosos traqueteos: "Cuesta arriba, cuesta abajo, qué fatiga, qué trabajo-"
Y con la lengua fuera y tragando humos y carbonilla, llegábamos al fin a nuestro destino. ¡Ea, pues, de nuevo hemos subido al tren de lo cotidiano! ¡Y qué fatiguita la cuesta arriba que se avecina! La mesa de trabajo, los papeles, las caras, todo parece que se nos amontona en un negro sobre gris cuyo título se nos agiganta: rutina, rutina que vuelve a ser algo así como eletrectoencéfalograma plano sin matices que valgan.
Recuerdo las palabras de un amigo que, operado de una grave dolencia, me decía: "Solo quisiera poder volver, un día siquiera, a vivir con normalidad, la rutina de antes". Y por experiencia creo que sabemos ya cuánto se valora lo que se pierde, por pequeño que sea, y no digamos lo grande que hoy día es poder volver a la rutina de un trabajo. A veces creo que nos autoengañamos, contándonos las maravillas de unas vacaciones ya que, por lo general, y ante un acto de sinceridad, es muy frecuente exclamar que como en casa y en el trabajo no se está en ninguna parte y hay que ver con la gana que retomamos nuestro sillón, nuestra cafetería, nuestra ciudad... Y hay que ver los proyectos que ponemos en marcha: cambiar muebles, pintar el piso, pasar por la peluquería, el dentista y, en fin, vida nueva que para eso volvemos relajaditos.
La trampa de la rutina --V. Hugo-- se desarma mirando excepcionalmente lo no excepcional. Nuevo y maravilloso, excepcional puede ser ese viejo tren que nos permitía contemplar el paisaje, comer un bocata, conocer a los viajeros...
Es por eso que, consciente del valor de cada pequeña cosa, aún tragando carbonilla, mi primera oración de cada día no es otra que esta: Un día más, Dios, para volver a ver pasar vacío el autobús de la seis de la madrugada.
* Maestra y escritora