miércoles, 26 de octubre de 2011

Presentación


CARTA A MI PRIMER NIETO  (De la presente obra)
Las calles a las cuatro de la madrugada sólo eran noche y semáforos, No obstante el solivianto propio de la hora y del evento, me precipité allí, donde tus padres, donde tú, mi pequeño y precioso niño, estabas a punto de llegar al mundo.

Medio me tiré del coche, al llegar a urgencias de maternidad en Reina Sofía. Silencio y cuatro personas dormitando por los rincones. Alguien, un celador, me detuvo, cuando, aturdida, nerviosa, quise sobrepasar la “barrera” de lo prohibido. “Ahí no se puede entrar. Espere fuera”.

Expectación en el susurrante sonido de barras fluorescentes, en el penetrante olor a medicamentos y revueltos de no sé cuántas cosas. Mis ojos se quedaron clavados en aquel cartel de “prohibido el paso”, en aquella puerta, tras la cual, tus padres, casi dos niños, transformados en responsabilidad, se debatían en dolor e ilusión, porque tú, tan deseado, tan querido... llamabas a la puerta de este mundo y, con urgencia, reclamabas ya tu lugar en él.

Desde casi mi estática postura, simultaneaba pensamientos, como si en la película retrospectiva de toda mi vida, se interpusiera la emoción del momento presente que me agitaba en un vaivén de nostalgias, de angustias, de fe, de esperanza...

No existen palabras, pequeño mío, para que pueda expresar qué sentí cuando al fin dejaste de ser inte¬rrogante para formar parte de una be¬llísima y casi mágica realidad. ¡Cómo temblaban mis brazos ante el milagro de la vida que nos arrebata seres queridos, por un lado, y nos compensa, por otro, con esa savia nueva que son los nietos, que eres tu, vida mía! Savia que nos devuelve alegría, ilusión, proyectos y un gran derroche de ternura y amor

Ayer, no conocía el color de tu pelo, ni el sonido de tu llanto, ni el tacto de tu piel... Hoy, ya estás aquí. Te puedo acunar entre mis brazos, te puedo sen¬tir en ese corazón que late al unísono del mío, cuando te aprieto junto a mi pe¬cho en un deseo de fundirte con¬migo.

¡Cuántas interrogantes acerca de tu fu¬turo me nacen y me crecen en los adentros! No obstante, te veo luz des¬tellante, estrella que has caído justo aquí en esta familia que con los brazos abiertos, desde el mimo día que supo de tu existencia, te esperaba impaciente renovando ilusiones y contando momentos.

Tú eres la vida que regresa una vez más, irisando de color cualquier punto negro de esos que aparecen y dejan sus marcas so¬bre el tapiz, aurora de cada día, que es nuestra existencia, y esta mi casa, tan solitaria y silenciosa, se eclosiona de alborozo, de entraña¬ble trasiego fami¬liar, con tu llegada a este nuestro mundo, tan conflictivo, tan apartado, cada vez más, de la in¬mensa aventura que es el vivir, y que te aguarda, pe¬queño mío, ignorando que tú sí eres acontecimiento para to¬dos los que te amamos.

Mi precioso niño, doy gracias a tus padres, a Dios, por tener la dicha de engendrarte, acariciarte, y sentir que soy la mujer más joven del mundo porque tú eres un hijo más que me ha nacido en este jardín del amor donde las semillas caídas jamás se pierden: crecen y se multiplican.

Me emocionan y conmueven los acon¬tecimientos del mundo, la turbia mirada de los ancianos, la limpia mi¬rada de los pequeños, la fragancia de mis jazmines...  Sí, más que nunca, hoy, y te lo debo a ti, ternura que me sale a flor de labios y se trueca besos que quisiera entroni¬zar en suspiros del viento para que se esparcieran por todo el mundo en un glorioso e inaca¬bado aleluya

Vuelve la vida, siempre, y su retorno puede ser música para un bello poema. Vuelve el otoño, siempre.

Y me felicito, porque, una vez más, compruebo que soy algo más que un puñado de ingenuas ilusiones, mil veces rotas y recuperadas: soy, por primera vez, abuela.

martes, 18 de octubre de 2011

Depresión y punto

DIARIO CÓRDOBA/ OPINIÓN
ISABEL Agüera 19/10/2011




¡Tengo frío! --repetía un hombre a las puertas de sus amigos--. Cómprate una manta --decía uno--. Enciende la estufa -otro-. Por andar a la intemperie --un tercero--. Un cuarto dijo: Entra, amigo, también yo tengo frío. En ese instante, los dos notaron que les subía la temperatura.
Hace nada fue el día de las Enfermedades Mentales, hablemos, pues, de la depresión, palabra tan usada que a veces nos suena a música celestial cuando alguien la menciona.
Yo creo que son dos las causas fundamentales que no llevan a oídos sordos cuando alguien llama a nuestras puertas clamando: ¡Tengo frío; estoy deprimido! La primera, el confundir o desconocer el término y hacerlo sinónimo de mal humor, tristeza pasajera por avatares de la vida... La segunda, consecuencia de la primera, la falta de empatía para entender al deprimido, siendo tal vez esta la causa principal, dejando reducida nuestra ayuda a dar consejos y a tratar de convencer al deprimido de lo que debe o no debe hacer.
La depresión --y sé de ella por haberla padecido-- es una enfermedad que no solo involucra pensamientos y estados de ánimo, sino que físicamente provoca tal variedad de síntomas inexplicables que mejor se sufren en silencio. Me decía una amiga: Me noto como una dentera por todo el cuerpo y me duele hasta el respirar.
Y es cierto, la persona deprimida come, duerme, siente, piensa y se ve a si misma perdida en un callejón sin salida. El deprimido no encuentra nada que lo motive, que lo ilusione. Parece como si un halo de muerte se hubiese instalado en su alma, negándole la capacidad mínima para seguir respirando. Es como si una voz interior nos repitiera: No puedo, no puedo.
Tremenda impotencia y soledad. No existen recetas mágicas, pero eso sí, como mínimo, familiares y amigos, acompañemos, abramos las puertas de nuestra alma y tratemos de empatizar con el deprimido.



* Maestra y escritora





martes, 11 de octubre de 2011

ISABEL AG ERA 12/10/2011

DIARIO CORDOBA
El pasado día cinco se celebró el Día Mundial de los docentes, fecha que el presente curso debería tener para todos los sectores educativos repercusión y trascendencia, ya que en ello nos va la construcción de un futuro más justo, pacífico, responsable y humanizado. Por ello, esta semana mi elogio más sentido al magisterio en general, que cada día se me crece y provoca los más nobles y sinceros sentimientos de respeto y amor por tantos compañeros que, con vocación y dignidad, lo ejercen.
El polifacético místico Swedenborg dice acerca del ser humano: El hombre tiene como objetivo aquello que ama sobre todas las cosas. Parafraseándolo yo digo: El docente debe amar a los alumnos para que este sea su primer objetivo profesional que, como la corriente escondida de un arroyo, que de forma natural se dirige, alimenta, hace crecer al río, vaya ensanchando, enriqueciendo ese río de futuro que pasa por su puerta y que son todos y cada uno de esos sus alumnos que día a día buscarán en él tantas y tantas respuestas- ¡Como te pareces al agua, alma de maestro! -Goethe- ¡Como te pareces al viento, destino de maestro! Pero tú, maestro, no solo alimentas, das vida y pasas, sino que permanecerás para siempre en ellos porque tú no solo has pensado en el hombre sino que te has recreado vivenciándolo y notando latir su conciencia en tus pulsos, conciencia en tus ojos como visión, como sonido en tus oídos, como gusto, como olfato y tacto, porque sabes, y nos haces saber que el chorro luminoso de la existencia pasa raudo, y en él, la rosa, el amor, la palabra, el arte, la política, el tiempo, etc.
Con palabras extraídas del encuentro con la poesía, con los niños, con docentes del mundo que tal vez con desánimo, asisten cada día a las aulas, yo hoy les repito: Eres agua, eres viento, eres vida. Da amor y estarás educando.



lunes, 3 de octubre de 2011

Altas y Bajas

ISABEL Agüera 04/10/2011

DIARIO CÓRDOBA
¿Quién no ha vivido en sus propias carnes la aventura que se corre al manejar estas dos palabras? ¿Que voy a darme de alta? ¡Qué derroche de amabilidad! ¡Cuánta facilidad a nuestro servicio! En un tris: ¡Ea, ya está! Y uno se va como sintiéndose importante y diciéndose: ¡Qué eficacia! ¡Así da gusto!
Hasta aquí, pues, eso miel sobre hojuelas, pero, ¡ay, qué odisea, si por alguna razón decidimos darnos de baja! Ese ya es otro cantar. El mismo establecimiento, el mismísimo personal, pero, ¡qué malas caras! No saben, no contestan, no informan, ni tan siquiera les suena tu cara. Si acaso, un número de teléfono que, musiquilla por aquí, musiquilla por allá, palabras robotizadas que te dan órdenes, que no oyen, ni entienden y que al final, te remiten al principio.
¡Qué impotencia y qué cabreo tan inmenso el que se siente! De pronto surge un recurso: ahora mismo doy orden al banco de que no pague ni un recibo más. Y un ligero alivio nos relaja, aunque dura lo que el "alta" tarda, que es bien poco, en descubrir nuestra estrategia, y que nada quiere saber de la solicitada mil veces baja.
Y una carta pomposa de un gabinete jurídico nos amenaza con lista de morosos, tramposos, etcétera. Se recuerda entonces aquel cuentecillo de nuestra infancia que decía: ¡Ay mamaíta mía, quién será? ¡Calla, calla hijita que ya se irá! Pero, ¡qué va! No se va: las llamadas son explicaciones que se traducen solo en el recibo del teléfono y una rebeldía interior nos crispa que echamos humo hasta por las orejas.
Y es lo que yo me digo, ¿es posible que nadie le meta mano a estos atropellos? ¿Tan grande es el Goliat que no hay David que, como mínimo, lo entuerte? ¿Esto pasará en Europa? Porque si somos europeos debemos serlo para algo más que dar de comer al hambriento
Y a lo que iba: si alguien ve mi nombre en lista de morosos, que ría, que llore, que pague o que diga lo que yo: ¡A mí, plin!