martes, 21 de febrero de 2012

Niños a tope


¡Tiempo libre para los niños!


El estadounidense Guerry Spence dijo en el año 1929: "Los niños son personas. Son personas pequeñas con almas perfectas que todavía no las han hecho esclavas".

A la fecha de hoy, digo yo, ¡qué lejos andamos de tal afirmación! Nuestros niños y niñas, ¡vaya si son esclavos!, ante todo, de la manera de ser, pensar y sentir de sus educadores en general y de sus padres muy en especial, ya que unos y otros tratamos de alejarlos cuanto antes de sus propias maneras, que no son otras que la felicidad expresada en juegos, sueños, familia, etc.

Sinceramente, siento una gran pena por los niños de hoy día. Creo que nos estamos equivocando, cargándolos a edades increíblemente tempranas, de obligaciones y responsabilidades que no les pertenecen y que, a poco que reflexionemos, en la mayoría de los casos, obedecen a una especie de competitividad entre los adultos.

Así, es curioso observar cómo andan los padres, las madres, los niños de un lado para otro, con la carga a cuestas de lo que solemos llamar sus gustos y deseos: idiomas, deportes, bailes, música, etc. Y, por supuesto, cuando regresan de tan gran maratón, les esperan las tareas del cole, la ducha, la cena y la cama.

¿Y cuándo tienen los niños tiempo de ocio?¿Cuándo tiempo para compartir con padres y hermanos? No es extraño escuchar quejas como estas: "En lugar de estudiar, juegan en el ordenador".

Los que hoy somos abuelos, fuimos niños y niñas de juegos inventados, juegos de cartón y sueños mágicos, pero no creo que nos sintamos frustrados por no haber corrido tras saberes que nos llegarían y sorprenderían con el título ya alcanzado de autodidactas, el mejor máster para mí, por no haber pasado por fotocopiadora alguna, teniendo así el privilegio de vivir y morir originales.

Siempre hay un momento de la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar el futuro. Ese momento tiene nombre: Sueños. No los apaguemos de un portazo.





lunes, 13 de febrero de 2012

¡QUÉ RARO ESE DIOS!

OPINIÓN/ DIARIO CÓRDOBA
ISABEL Agüera 14/02/2012




Lo decía mi nieto de siete años, y la verdad es que yo no tenía razones para contradecirlo. Hoy, con la serenidad de los años y, tras haber buceado mucho por grandes y ocultas profundidades, sin ánimo, por supuesto, de transferirle verdades absolutas, que no las hay y menos aún en cuestiones de fe, de alguna forma quiero dar respuesta a sus inquietas y repetidas preguntas: "Abuela, ¿tú crees en Dios?".


Compleja cuestión para tan pocas líneas. Te diré mi querido pequeño, primero en lo que no creo. Eso es: en un Dios de premios y castigos, de silencios y olvidos. No creo en un Dios remedio de todos los males y dador de todos los bienes. No creo en un Dios eco de mi pobre y débil voz.

Dios, esa palabra que te parece tan rara, se ha conservado bajo esta forma original en la lengua de todos los pueblos y debió ser el primer grito que representó al pensamiento humano, la primera exclamación admirativa que hizo el hombre al contemplar la naturaleza, los primeros quejidos de dolor que buscaban consuelo en una misericordia soberana.

El hombre, en su orgullo --dice otro raro, Nietzsche-- creó a Dios a su imagen y semejanza, y así --te digo yo--: ¡Vaya si es contradicción todo lo que le achacamos a la palabra Dios! Pero es mucho más sencillo, cómo yo lo veo.

La palabra Dios es tan solo sombra de lo que no entendemos, de lo que no alcanzamos a tocar, pero olvídate de tal palabra y dime: ¿No es cierto que algo notamos en nuestra vida que se escapa de nuestros maravillosos alcances y hasta de los más sabios pensadores?

La palabra Dios la hemos revestido de mágicos poderes, la hemos colgado de las nubes y, ¡hala!, percha de las guantas.

Para mí, a Dios no hay que buscarlo en las alturas, sino aquí, en la tierra de todos y resumido en pocas palabras: amor al prójimo como a nosotros mismos.

¿A que visto así no es tan raro?.





* Maestra y escritora







martes, 7 de febrero de 2012

Cambios en Educación

DIARIO CÓRDOBA/EDUCACIÓN
ISABEL AG ERA 08/02/2012


Dado por sentado lo importante que sería alcanzar un pacto educativo tan necesario y que, no obstante, un gobierno por otro no hay forma de hacerlo realidad, creo, en primer lugar, y es algo repetido hasta la saciedad, que la educación es cosa de los padres, y lo miremos como lo miremos, se impone, inconscientemente, creo, una total manipulación de los hijos cuando tratamos de educarlos en una transmisión de lo que consideramos valores, pero siempre desde nuestro punto de vista. Recuerdo a una madre que me decía: "Mi hija no va a hacer la Primera Comunión, porque nosotros no creemos en esas cosas". Otra se expresaba en línea y me decía muy convencida: "Mis hijos no van a un colegio religioso porque no quiero que le coman el coco a base de catequesis, etc".

Por supuesto, todas las opiniones son respetables y se supone que vivimos en un país libre, ¿pero quién manipula a quién? Nunca me han asustado los cambios educativos, que han sido muchos en mi larga carrera profesional, porque no hay cambio que pueda desplazar, borrar la moralidad, las creencias, la vocación y la honestidad de un maestro cuando se enfrenta a sus alumnos.
No hay ley, por buena que sea, que pueda invadir el espacio de un aula, ni que pueda vetar la transmisión de valores de un maestro, ya que no se trata, precisamente, de libros ni palabras sino de una actitud firme en aquello en lo que se cree y profesa. "No bebas tanta agua" --me decía una niña cuando murió mi marido--. "Mejor, toma pañuelos". Y me dejó un paquetito sobre la mesa.

Los niños tienen un sexto sentido por el cual van mucho más allá de cualquier fórmula que obedezca a un mero cumplir disimulado, y solo le transmitimos aquello que, al salir de nuestros labios, evidencia el pase necesario, auténtico y hasta mágico por el corazón.