sábado, 27 de julio de 2013

¡Adiós, abuelo!

 (Dedicado a ese paraíso de ternura que son los abuelos/as)



Hoy, en este poyete de la plaza, frente a mi centro Escolar durante más de veinte años, quiero recordar al viejo Miguel. Aquí se pasaba el día esperando a que su nieto, aquel pequeño de babi blanco y cartera a rastras, saliera del colegio. Yo, viandante de obligado paso, me detenía cada mañana junto a él. ¿Por qué no se va a su casa? Este no es sitio, abuelo. Mi casa era el pueblo, mi casa era la “principal” pero, cuando ella se fue… ¡Maldita sea! Y unas palabras siniestras salían de sus labios secos: Niña, ¿yo qué hago ya aquí? Mi silencio, compañía y cariño, era la única respuesta; no encontraba otra.

Un día él no estaba. Me detuve a esperarlo, pero, el pequeño de babi blanco y cartera a rastras, desde lejos, exclamó: ¡El abuelo se ha muerto! Un escalofrío me corrió de pies a cabeza.

Sí, ¡solo un día faltó! El día que dejó el poyete de la plaza y se fue al gran jardín de Dios. Unas lágrimas rodaron por mis mejillas entre el bullicio de gente por las calles y de niños en la escuela. Pero sus ojos ruinosos, su mirada opaca, que no obstante sonreía, se quedaron en mí para siempre.

¡Espérame, abuelo Miguel! Quiero conocer a tu “principal” y quiero sentarme contigo en la gran plaza del cielo y entonces, solo entonces, podré explicarte qué hemos hecho aquí.

¡Espérame, abuelo Miguel! No, no hay muerte, sólo separación.

martes, 23 de julio de 2013

Viejo y Nuevo

Opinión / Diario Córdoba
ISABEL AGÜERA
 24/07/2013




Se acuerdan de las toallas "rasponas" que decían mis nietas? Bueno, pues como me propuse, tris-tras, las convertí en esponjosos trapitos para el polvo. ¡Mira lo que te tengo preparado! --exclamé nada más entrar la empleada del hogar--. Yo --dijo con desprecio-- uso la micro fibra; estos dejan pelusas. Y añadió como dándome una lección: hoy día hay cosas nuevas que son mejores.
¡Ea, pues aquí sigo yo con mi reflexiones que me comen! Hace unos días me comentaba una maestra, de vuelta de un viaje de fin de curso con alumnos mayores, cómo se habían divertido los chavales descubriendo en el restaurante a un grupo del Imserso que pasaban una semana en el mismo hotel. No te puedes imaginar --me decía-- cómo bailaban todos en la discoteca del restaurante. Los mayores estaban encantados pero los niños, por las noches, preferían quedarse allí y bailaban con ellos y se lo pasaban de miedo. Y me enseñaba fotografías en las que, efectivamente, mayores y jóvenes se divertían de lo lindo. Y aquí entro yo y digo: Efectivamente, acercarse a los mayores, tratar de convivir con ellos, valorarlos, quererlos un poco, atenderlos y hasta divertirnos con ellos no es algo que pertenezca a historias pasadas ni haya que sustituirlos por la novedosa "micro-fibra", sino que siguen estando ahí válidos para darnos muchas y variopintas lecciones, ejemplos de todo.
No obstante, con nuestras actitudes, con ese reverente culto a la juventud, a lo nuevo, en general, estamos proclamando que hay cosas desechables por usadas, que no por inútiles.
Y sí, tal vez lo nuevo sea una maravilla pero poco que ver con la suavidad y calidez de un trapito de cientos de pasadas de lavadora que no por eso deja de ser una caricia para nuestra piel que, por muy joven que sea, puede que no solo raspe sino que hasta chirríe.
Una mirada a esos mayores que dejamos atrás con sus achaques, problemas, soledad... Seguro que si nos echamos un "baile" con ellos, descubriremos que sí, que pueden ser mejores que la micro-fibra y que no dejan "pelusa".

martes, 16 de julio de 2013

Una carta anónima

                                                           
He aquí, amigo, el secreto del perpetuarse en el tiempo:
la identificación con el inmenso mar que es el mundo
y del que sólo somos asalariados de un día,
cuyo contrato renovable sólo debe caducar con la muerte.

Sí, me llegó sin el menor signo de identidad. Carta anónima que no obstante su contenido era entrañable y gratificante: alguien me devolvía uno de mis artículos  en el periódico, copiado, enmarcado e ilustrado.
Y tras esta introducción necesaria, vuelvo al tema que movió a este asiduo de mi columna a tomarse tantas molestias. Y quiero felicitarlo por su decidida campaña de prejubilación desde la que apuesta por seguir incorporado al progreso en una decidida actitud de servicio a la sociedad que, en definitiva, revertirá en bien propio porque no son los años los que jubilan, sino la sumisa aceptación de un supuesto mal que llegará sin remedio. La vida, querido amigo, tal y como yo la veo y la entiendo, no es un mirar al mañana con desaliento, sino un presente de paz, de trabajo, de incorporación, en la medida de lo posible, al progreso, a los cambios... Y también es una hermosa mañana, un lugar agradable, una nueva e ilusionante amistad y, bueno, todo un día por delante.
Un sencillo cuento.
Un hombre dijo a otro: Con la marea alta, hace mucho tiempo escribí unas líneas en la arena, y la gente todavía se detiene para leerlas y cuida de que no se borren. Otro hombre dijo: Yo también escribí unas líneas, pero lo hice durante la marea baja y las olas lo borraron y fue breve su vida. Pero, dime -dijo el hombre primero- ¿qué fue lo que escribiste? Escribí: soy lo que soy, y tú; ¿qué escribiste? El hombre primero contestó. Escribí esto: Sólo soy una gota de este mar inmenso.
He aquí, amigo, el secreto del perpetuarse en el tiempo: la identificación con el inmenso mar que es el mundo y del que sólo somos asalariados de un día, cuyo contrato renovable sólo debe caducar con la muerte.
Aquel otro hombre, al escribir, sólo soy lo que soy, no encontró mejor meta que él mismo, y las gigantes olas del tiempo se encargaron de hacerlo desaparecer de la faz de este universo donde nuestros nombres están escritos con letras de lujo.
Gracias, amigo y adelante. Ése, ése es el camino de la sabiduría que te deseo y en el cual deseo vivir.