miércoles, 28 de mayo de 2014

Triste panorama


DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
29/5/2014
Pues, sí, triste panorama el de los hombres y mujeres, ciudadanos de a pie, hoy. Me siento mal ¿Desengañada? ¿Confundida? ¿Con la mano tocando el último tropezón del pozo? Puede que sea así, pero ni me voy a resignar, ni me voy a quedar mirando cómo pasa el tren soltando negros humos  y le digo adiós con el pañuelo. 
En aquellos años de la posguerra que me tocaron vivir, el elixir que nos hacía olvidar las muchas penurias de todo y de todos los días era no la práctica del Evangelio, sino la asistencia masiva y medio robotizada a los múltiples y diarios actos de culto que nos mantenían en trance festivo y piadoso hasta extremos indescriptibles.
Después, cuando, por fin, aprendí a pensar, caí en la cuenta de la manipulación que habíamos sido objeto y abrrí bien los ojos; me despabilé y ¡no digamos con la llegada de la democracia! --¿llegó?--. Parecía haberse esfumado   aquella envolvente nube que nos lapidaba en fervores sin más escudo protector que la salvación eterna. Pero resulta que, cuando parece que todos campamos ya por nuestros respetos, cuando nos creemos sobresalientes en discernimiento y madurez, ¡hala!,  volvemos a beber la maravillosa pócima de la ceguera que nos ofrece el mago, servida en vasija de oro.
Las preocupaciones --F. Arrabal-- son elixir de vida y también panacea contra el aburrimiento. Y ¿cuáles son las actuales  preocupaciones que nos quitan el sueño? ¿Y cómo combatir el aburrimiento que nos come? ¡Pues, nada, el alquimista nos da la solución!: fútbol todos los días y a todas horas y en todos los medios. Y, ¡venga!, a tirarse de los pelos, zapatear, gritar y desahogarse que es muy distraído, sano y relajante! Y tras este denso telón, la manipulación y el engaño siguen actuando a sus anchas, mientras dormimos la borrachera. "Hoy quiero olvidar que existo, quiero escapar al desierto sin ser visto, salir de este círculo y volar- Allí la soledad será mi amuleto."

lunes, 12 de mayo de 2014

Recuerdo con huella


Hace unos días visitaba una residencia donde estaba ingresada una buena y trabajadora mujer que conocí hace años. En aquellos tiempos, de vez en cuando, la invitaba a café y compartíamos un rato de charla. Me contaba que tenía tres hijos pero que los tres estaban lejos, y que ella todas las noche se acostaba un rato en cada una de sus camas con el fin de calentarlas y por la mañana, encontrarlas deshechas, haciéndose así la idea de que dormían allí. Les cambiaba las sábanas, las volvía a hacer, etcétera.
La verdad es que aquella historia me conmovía por el amor y ternura que conllevaba. Hoy, aquella mujer ya no existe. El maldito alzhéimer la ha dejado perdida en un túnel de oscuridades y olvidos. Una de las cuidadoras me comentaba: "Tiene una manía con hacer y deshacer la cama". No dije nada, pero sí, más de una lágrima corrió por mis mejillas, y hoy aprovecho este espacio para reivindicar ese valor tan perdido en la turbulenta corriente de palabras, gestos y acciones duras como circulan a diario por el escenario de nuestra cotidianidad.
La ternura es la columna central que sostiene la vida --dice el literato Martínez Gil--. La ternura es un sentimiento que engrandece al hombre; es la demostración más sublime del afecto entre dos personas, es una fuerza prodigiosa capaz de transformar los más pesados ambientes. Describir la ternura sería  difícil, puesto que es un sentimiento tan grande y noble que las palabras quedarían cortas, pero es un sentimiento que abarca no solo a personas que se aman sino que es como un fluir constante de comprensión, proximidad y amor hacia todos los seres humanos. El cantante belga Jacques Brel lo expresaba en sus canciones: "Somos como barcos partiendo todos juntos en la pesca de la ternura". 
Para mayores y pequeños, mujeres y hombres, animales y plantas, yo reivindico ternura, por favor.

domingo, 11 de mayo de 2014

Abuelos y nietos



No hace mucho recibí carta de un amable lector que, en todo un bello discurso, me pedía reivindicara desde esta columna se instituyera y celebrara el Día del Nieto. Sus razones, coincidentes con las mías, son objeto hoy de mis momentos de  reflexión en voz alta.
 Es cierto que el tema de las relaciones abuelos-nietos en estos tiempos adquiere especial relevancia, y son pocas las voces que se alzan  proclamando tan bella reaildad. “Abuela - me decía mi chiquitín de tres añitos - si estás olita y tenes medo, pos cerras los ojos y te tapas la cabeza con la ábana” ¡Qué maravilla escuchar tales palabras! El alma llora en una miscelanea de sentimientos contradictorios: alegría, dolor... pero sobre todo, una enorme ternura brota fresca y espontánea ante la  ingenuidad de un pequeño, de un nieto que en sus pocos años intuye y sabe de la soledad del abuelo, figura que ha pasado a ser imprescindible en esta sociedad  competitiva. ¡Cuántos niños, desde el amanecer, quedan a merced   de abuelos y abuelas!, y son ellos maestros de increíble amor y ternura porque llegan cuando el peso de la vida, la experiencia, las ausencias, la soledad, etc. se conjuran para que las ilusiones, en muchos casos, hayan enquistado sin aparente retorno.  
Pero he aquí que los nietos representan, de nuevo, todos estos bienes, muchas veces perdidos o  deteriorados. Y la vida adquiere esa dimensión de lo casi divino, por la que todo vuelve a tener el color vigorizante de los años pasados. Y son sus palabras, sus caricias, sus alegrías, sus gestos de pura complicidad con la llegada del abuelo. 
¡Con cuánto amor recuerdo a mi abuela! Ella, liada en un mantón negro, me esperaba cada tarde a la salida del colegio y, abriendo la ventana, colocaba en mis manos infantiles, una ilusionante  golosina.
 Respeto y amor a los abuelos, que tanto aman a sus nietos, que tanto ayudan a los hijos, que con tanta generosidad  y paciencia están prestos a sus cuidados. Pero un día también para el nieto, cuyo mejor paisaje no es otro que el amor de los abuelos