miércoles, 29 de octubre de 2014

Enseñemos a hablar


DIARIO CÓDOBA / EDUCACIÓN
  29/10/2014

Son muchas las competencias que para los alumnos resultan ser auténticos huesos y que a duras penas consiguen ir superando, si bien es una realidad que incluso, adultos universitarios con grandes títulos a su haber, no alcanzan el aprobado ni por los pelos. Me refiero a la expresión oral, algo que siempre me ha preocupado y que he trabajado con estrategias de todo tipo.
Precisamente uno de mis premios más valiosos fue el de Experiencias Santillana por un trabajo en el que participaron muy activamente los alumnos y llevaba por título Soltamos la Lengua. Con una gran caja hicimos un simulacro de televisión. Los alumnos se motivaron tanto a hablar tras aquel invento que tuve que establecer turnos y horas: se contaban chistes, cuentos, noticias, etc. Se recitaban poesías, canciones, frases, etc.
Ya sé que tal y como está hoy día el sistema, a los tutores les queda poco espacio para métodos que no se ajusten a los estrictos programas, pero sigo reivindicando esta competencia porque si es cierto que tenemos la lengua demasiado suelta para determinadas cosas, a la hora de pronunciar dos palabras en público, papelillo en mano, mala lectura, peor voz, etc. Por otra parte, hay que reconocer cómo lo que siempre se ha propiciado en las aulas ha sido ante todo el silencio.
Vivimos tiempos en los que la imagen va sellando palabras, y se agiganta, mostrándonos la rentabilidad del mirar sin mayor esfuerzo. La palabra expresa el pensamiento y el sentimiento de nosotros los seres humanos. De hecho, la palabra nos hace diferentes del resto de los seres que habitamos el planeta.
Enseñemos a nuestros alumnos a hablar porque hoy más que nunca esta competencia es imprescindible para desarrollarse en cualquier campo laboral y social. Para ello, recurramos a estrategias tales como entrevistas, presentaciones, escenificaciones, etc. No permitamos que los hombres y mujeres de mañana, porten en el bolsillo, cuatro letras para leer en público.

lunes, 20 de octubre de 2014

SI éramos pocos...


DIARIO CÓRDOBA/ OPINIÓN
ISABEL Agüera 21/10/2014

El domingo, en mi terraza habitual, un cliente me comentaba: ¡Cuánto me gustó aquello que escribió y que hacía referencia a las cosas de comer! Y añadía: A ver si escribe algo sobre las tarjetitas opacas esas.
Bueno, pues, visto lo visto, sigo con las cosas de comer y como en los cuentos de María Castañas, hoy se podría escribir un relato que contara esta micro historia: Erase una vez un país, llamado España, dónde circulaban unas tarjetitas mágicas: se introducían en los cajeros y, ¡hala, euros, todos los que se pidieran, daban. La noticia corrió como la pólvora, y la gente, a mano alzada, clamaba: ¡Queremos una, queremos una! Y los cajeros, parlantes ellos, contestaron: ¿de qué vais desgraciados? ¡A callar y a trabajar, si es que podéis! Las tarjetas tan solo funcionan a ciertos niveles de competencias.
Y el pueblo se sublevó: ¡Fuera, fuera! ¡No hay derecho, no es justo! Cuando el clamor estaba en su nivel más preocupante, ¡madre mía!, apareció don ébola que si bien era esperado, pilló al pueblo de sopetón y enfrascado con las opacas tarjetas. ¡La salud es lo primero! --exclamaron--. Huyamos a nuestras casas, cerremos bien puertas y ventanas y cerremos la boca por lo que pueda caer y a esperar ante la tele horas y más horas con más de lo mismo.
Y los señores de las competencias: ¡callad, callad, hijitos, que ya se irá. Y don ébola: que no me voy, que debajo de la cama estoy.
No soy de aquí, ni soy de allá pero, ¡qué pena de mi España! Jarcha cantaba: yo solo veo gente que sufre y calla. Gente que solo desea su pan, su trabajo y la fiesta en paz.
Hoy por hoy, yo veo mucho más: gente, con razón, indignada y, por si fuera poco, y con perdón, cagada.
¡Claro que muerto el pobre perro se acabó la rabia! ¡Ay, ay! --oí decir a una pobre mujer--: ¡Éramos pocos y parió abuela!

martes, 14 de octubre de 2014

La buena Educación


DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN
ISABEL AGÜERA 15/10/2014
Actualmente, y cada vez más, la enseñanza, la educación en general, persigue como objetivos básicos el conocimiento y la práctica de aquellos aspectos técnicos que se suponen tan necesarios para el futuro de los alumnos, quedando bastante relegada la preocupación por enseñar, transmitir aquello que siempre hemos llamado urbanidad, buena educación e incluso respeto mínimo en todo y para todos. Para algunos educadores se trata de aspectos que limitan la libertad de los niños, aunque realmente producen un efecto profundo en su posterior éxito social. No obstante, muy lejos queda el propósito de hacer de ellos modelos que actúen presionados, sino que adopten ciertas conductas de manera natural, sin perder la espontaneidad propia de su edad. 
Muy lejos queda también para los adultos dicha materia que debería ser asignatura obligatoria para todos, porque basta observar cómo a cualquier nivel se han perdido los buenos modales, considerando como tales incluso actitudes y comportamientos elementales: ser puntual, amable, saludar, pedir la palabra, no interrumpir, dar las gracias, pedir las cosas por favor, ser paciente, disciplinados, etc. etc.
No todo está bien por muy progre que seamos. La urbanidad, la cortesía e incluso el refinamiento no deberían ser valores pasados de moda que con frecuencia descuidamos y hasta despreciamos tachando de cursilería ciertos gestos y necesarios detalles de buena educación. 
No es desenfado y naturalidad el incorporar a nuestro vocabulario una sarta de palabras soeces, ni lo es esa serie de costumbres que se van imponiendo y que, como mínimo, imprimen a la vida cierta nota de vulgaridad que frivoliza todo lo que hacemos. Basta con observarnos a nosotros mismos como modelos que somos para los pequeños y detectar detalles y un sin fin de cotidianidades que deberíamos revestir de cierta solemnidad o, al menos, de respeto y elemental cortesía.

jueves, 2 de octubre de 2014

En el Día de los Mayores


(De mi obra “ El Arte de Envejecer”, editado por la Editorial Almuzara)


Queridos amigos/as mayores y jóvenes: Ayer se celebró el Día Internacional de los mayores. Mi pequeña y sencilla aportación, hoy, a este colectivo que por razones variopintas ha pasado a ser tema de foros, programas, etc.
Un relato para empezar: “El hombre de la eterna juventud”
Un hombre octogenario, petulante y animoso, gustaba rodearse de otros hombres tan ancianos como él, pero de aspecto más decadente y humilde. Entre ellos se sentía joven, docto, querido, deseado... Les hablaba, les contaba historias e incluso les daba consejos para mantenerse en forma e incesantemente les repetía: Miradme a mí –les decía-. Soy poseedor de la eterna juventud. No cuentan los años, sino el hacerse adoquín, el pasar de lo que nos pueda crear preocupaciones y problemas… Sucedió que un día se llegó hasta el grupo un joven. Con desenfado, exclamó: ¡Dios los guarde, abuelos! ¿Podrían decirme la hora? El hombre de la eterna juventud, diligente, fue a sacarse el reloj del bolsillo, cuando éste se le cayó y rompió. El joven se apresuró a recogerlo, al tiempo que decía: Lo siento, abuelo. Por mi culpa... ¡Lo siento de verdad, abuelo! Cuando el joven se alejó, el hombre de la eterna juventud exclamó malhumorado: ¡Poca educación! ¡Poca vergüenza la de estos jóvenes de hoy! ¡Cualquiera se fía de ellos! No saben hablar, no saben vestir, no saben distinguir.. ¿Qué se habrá creído el niñato? -comentaba a sus amigos- Esta juventud no tiene respeto a nada, a nadie y se creen en el derecho de llamar abuelo al que le saca la cabeza ¡No ven más allá de sus narices! Los demás guardaron silencio. Tan sólo uno alzó su débil voz y dijo: ¡Cómo se nota, amigo, que una vez fuiste joven y conservas buena memoria!
Y tras la lectura de este relato, palabras que reconfortan de la Pastoral y de mis propios convencimientos:
No son los pocos años cumplidos los que determinan la juventud en la persona; hay jóvenes prematuramente viejos. En cambio existen personas ya de edad, llenos de entusiasmo y de alegría, todo les llama la atención, siempre se sienten dispuestos a emprender nuevas actividades, les interesan las novedades, los cambios, su personalidad inspira atracción y simpatía, porque siempre están de buen humor.
SENTIRSE JOVEN consiste en ver la vida con optimismo real, saber amar a la gente, descubrir bellezas que hay en la naturaleza, gozar de la inocencia y risas de los niños.
SENTIRSE JOVEN significa soñar con un porvenir, tener ideales, tener siempre algo que hacer, algo que crear, algo que dar de sí mismo.
SENTIRSE JOVEN implica también saber sufrir, pero nunca sentirse derrotado, saber levantarse cuantas veces se fracasa.
SENTIRSE JOVEN es desconocer la ociosidad, forjarse un ideal sublime, nuevo, por el cual valga la pena de seguir luchando, hasta alcanzar la meta deseada.
SENTIRSE JOVEN es saber enfrentarse con los problemas de la vida y resolverlos satisfactoriamente, superar las decepciones, hasta lograr la victoria.
SENTIRSE JOVEN es reconocer los equívocos, no desanimarse nunca a pesar de una derrota dura, levantarse nuevamente para no volver a caer.
SENTIRSE JOVEN es ser prudente, tomando como experiencia las vicisitudes ajenas y encontrar un camino distinto hacia la propia felicidad.
SENTIRSE JOVEN es tener la satisfacción de lograr un ideal por sí mismo y sin perjudicar a los demás, lidiar para conseguir sus más caros anhelos.
SENTIRSE JOVEN es tener la cabeza llena de ideas nuevas que expresar; el corazón lleno de amor, felicidad, paz…
SENTIRSE JOVEN es saber aceptar el paso del tiempo con elegancia, humildad, tolerancia…
En definitiva, para mí, no hay paisaje más bello que el de un mayor de mirada profunda, serena que sabe callar, aceptar y vivir el presente con la ilusión del primer día dejando el futuro para mañana y el pasado para ayer.