lunes, 18 de julio de 2011

Buenos Conversadores

DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN  ISABEL Agüera (19/07/2011)

Parece mentira, pero es verdad. Resulta que andaba yo, un día, entre depre, cansada, hecha un asco, cuando decidí aliviar mi deplorable estado saliendo a la calle y tratando de buscar compañía y hablar un rato.
Y he aquí que a bocajarro tropiezo con un amigo que no veía hacía siglos. ¡Vaya, qué bien te veo! --exclamó-- ¡Por ti no pasan años, chica! (¡y dale con el reloj de los años!) Te invito a un café. ¡Ea! --me dije--. Lo que buscaba, lo que necesitaba: buena charla.
Pero, ¡ay, ay! ¡Una hora, reloj en mano, bla, bla, mi viejo amigo, sin darme paso a una sola palabra! Mareada, trastornada, cabreada- Decidí poner fin. Tengo prisa; me tengo que ir. ¡Pues, chica, ha sido un gran placer! Eres una excelente conversadora.
Regresé a mi casa y, ¡cómo valoré el silencio, la soledad y hasta la depre! ¡Claro, algo había pescado! Era una buena conversadora.
Y aunque parezca mentira, es tal cómo lo he contado y la experiencia no cayó en saco roto porque no hay duda que los buenos conversadores son hoy los buenos escuchantes que se cotizan bien caros y son especie a extinguir que habría que proteger.
Recuerdo cómo antaño se colgaba uno de los confesionarios y nuestras historias, penas y alegrías, corrían como el agua por la enrejada ventanilla que nos separaba del silencioso confesor y salíamos de allí más contentos que unas pascuas, pero hoy, ¿qué hacemos con los problemas del día a día? La gente tiene prisa (me parece que yo también soy gente.) La gente tiene bastante con lo suyo como para escuchar a los demás, así que ¡ataques de ansiedad al canto!, como diagnósticos en las múltiples urgencias. De todas formas, escuchar puede ser más rentable que hablar. A mi me valió el calificativo de buena conversadora.
¡Algo es algo! ¡Ah, y una cosa! ¿Serían buenos conversadores los confesores o tal vez bellos durmientes?

lunes, 4 de julio de 2011

Nunca te olvidarçe

IN MEMORIAM




Juan Cabrera era mi cuñado: murió en la madrugada del pasado sábado día 25. El hombre --dice R. Tagore-- no se revela en su historia, sino que lucha a través de ella. Y este aspecto de luchador nato es el que quiero destacar.
A Juan Cabrera lo conocí... ¡ni recuerdo cuándo!, pero era un joven enamorado, inquieto... Sin haber tenido apenas escuela, comenzó sus primeros pasos en el difícil camino de crear su pequeña, gran empresa en aquellos pobres y duros años de la postguerra, entendiendo, asimilando y superando que el ideal está en nosotros, y también, para superar este ideal, está en nosotros el obstáculo que vencer sin decaimiento. Y considero importante y necesario destacar este aspecto, hoy día, más que nunca, por el desánimo que cunde en la juventud.
Juan Cabrera venciendo dificultades a golpe de intuición, trabajo e ilusión se fue elaborando un futuro, eligió por compañera a una mujer inteligente, de familia educada y católica: la popular, para todos, Blanquita, mi hermana, compañera con la que tuvo hijos, formó una familia...
Pero la vida no tardó en mostrarles la mano invisible y poderosa del dolor: dos hijos que como la espuma del mar que flota sobre la superficie del agua, desvaneció el viento, dejándolos sumidos en una eterna interrogante: ¿Por qué-? ¿Para qué?
Hay un proverbio que dice: Eres tan bueno como lo mejor que hayas hecho en tu vida: Y lo mejor que hizo en su vida fue vivir, seguir viviendo, sacando ilusión de la nada. Hoy ya no está pero desde lo más hondo y sincero de mi corazón, confieso que lo quise, que lo valoré, que lo admiré.