DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN ISABEL Agüera (19/07/2011)
Parece mentira, pero es verdad. Resulta que andaba yo, un día, entre depre, cansada, hecha un asco, cuando decidí aliviar mi deplorable estado saliendo a la calle y tratando de buscar compañía y hablar un rato.
Y he aquí que a bocajarro tropiezo con un amigo que no veía hacía siglos. ¡Vaya, qué bien te veo! --exclamó-- ¡Por ti no pasan años, chica! (¡y dale con el reloj de los años!) Te invito a un café. ¡Ea! --me dije--. Lo que buscaba, lo que necesitaba: buena charla.
Pero, ¡ay, ay! ¡Una hora, reloj en mano, bla, bla, mi viejo amigo, sin darme paso a una sola palabra! Mareada, trastornada, cabreada- Decidí poner fin. Tengo prisa; me tengo que ir. ¡Pues, chica, ha sido un gran placer! Eres una excelente conversadora.
Regresé a mi casa y, ¡cómo valoré el silencio, la soledad y hasta la depre! ¡Claro, algo había pescado! Era una buena conversadora.
Y aunque parezca mentira, es tal cómo lo he contado y la experiencia no cayó en saco roto porque no hay duda que los buenos conversadores son hoy los buenos escuchantes que se cotizan bien caros y son especie a extinguir que habría que proteger.
Recuerdo cómo antaño se colgaba uno de los confesionarios y nuestras historias, penas y alegrías, corrían como el agua por la enrejada ventanilla que nos separaba del silencioso confesor y salíamos de allí más contentos que unas pascuas, pero hoy, ¿qué hacemos con los problemas del día a día? La gente tiene prisa (me parece que yo también soy gente.) La gente tiene bastante con lo suyo como para escuchar a los demás, así que ¡ataques de ansiedad al canto!, como diagnósticos en las múltiples urgencias. De todas formas, escuchar puede ser más rentable que hablar. A mi me valió el calificativo de buena conversadora.
¡Algo es algo! ¡Ah, y una cosa! ¿Serían buenos conversadores los confesores o tal vez bellos durmientes?