miércoles, 23 de marzo de 2011

Caretas Virtuales

Caretas virtuales

15/03/2011 ISABEL Agüera

Carnaval, carnelevarium (¡qué trabalenguas!), quitar la carne. Eso es: dejar de comer carne porque llegaba mamá cuaresma y había que dar caña al cuerpo. ¡Cuarenta días sin probar bocado de las suculentas carnes al uso de los tiempos! Claro que para eso, mediante la bula, se gozaba de privilegios y dispensas sobre el ayuno y la abstinencia. Hoy día, el carnelevarium ese nos resultaría irrisorio, de cara sobre todo a cualquier tipo de sacrificio porque lo que mola es la buena vida, dar gusto al cuerpo: mucho sexo, mucho comer, beber... Y máscaras van y máscaras vienen, que la mejor siempre será la que más desfigure nuestro rostro. No obstante, de toda la vida he preferido la cara descubierta, la autenticidad, la verdad, valores que aprendí en el aula magna del hogar. Pero resulta que tales valores, son sinónimos de imprudencia, ingenuidad y hasta simpleza. Ponerse la careta, aunque solo fuera una vez al año, ¡anda que no liberaba! ¡Menudo desahogo poder soltar la legua y nombrarle toda la familia a fulanito o menganito! Sucede que en los tiempos actuales, las nuevas tecnologías, como varita mágica, nos han traído la mejor de las caretas: la virtualidad.
Y ahí cabe todo lo que se nos ocurra para presentarnos con las mejores prendas que puedan orlar al más espectacular avatar humano. Todo puede ser sin ser. Ahora, eso sí: nada de compromisos. Hoy puedo estar y brindar amor eterno, y mañana, tragarme la tierra para los restos. Y ahí queda eso, que si alguien se molesta, que beba agua. Imágenes virtuales, palabras virtuales, amores virtuales, sexo virtu...
 Sí, en lo virtual cabe todo lo que se le eche. ¡Que no me gustan las caretas por muy tecnológicas que sean! Dónde se pone la calidez del vis a vis, el mirarse a los ojos, el compartir un café, una copa..., bueno, sexo también pero en vivo y en directo, no se pone la mejor virtualidad.
* Maestra y escritora

martes, 1 de marzo de 2011

De oca en oca

De oca en oca

01/03/2011 ISABEL Agüera
¡Para qué las ocas que he tenido que sortear hasta lograr escuchar una voz humana que, escuetamente, al fin, preguntara!: ¿En qué puedo servirle? Miles de protestas se me ocurrieron, dado que hasta se me había olvidado el objeto de mi ya remota llamada. Pero no hubo lugar a ninguna porque de aquella oca humana pasé a otra serie de voces metálicas que de una a otra repetían: Con una palabra diga el objeto de su llamada. Y yo: ¡Ba-ja! Y la voz: No lo he oído bien, repita, por favor. Y yo a gritos: ¡Ba-jaaa!

Con un impresionante cabreo colgué el teléfono, tras veinte minutos y con la consiguiente impotencia de no saber cuál paso era el siguiente. Mejor dicho: es que no había paso posible. Hace años, tal vez con la madurez, comprendí aquello de que menos es más. Y así mi sentido de todo sufrió una gran catarsis: ¡Fuera todo lo que sobra! Mesa limpia hice y hago cada día porque entendía que el progreso consistía en renovarse y me encantaba la idea de sentirme nueva, pero resulta que he aterrizado en otro concepto del progreso y que alguien ya dijo: Lo que llamamos progreso es el cambio de un inconveniente por otro.

¡Y vaya si llevaba razón el de la frase! Porque si problemas daba el telefonillo de la manivela, las voces virtuales de hoy día, más que problema, son una auténtica pesadilla. Casi para todo ya no hay una persona que de viva voz nos atienda, ya todo son automáticos que hablan o papeles, ¡muchos papeles!, antes de abrir la boca.

Creo que el problema de nuestro marchoso progreso radica en el hecho de haber olvidado lo positivo que teníamos y liquidarlo sin piedad, partiendo así de cero.

Y, bueno, a este paso me veo pronto haciendo señales de humo o tocando un tambor para clamar: ¡A mí, que estoy aquí! Ahora, ¡eso sí! A las tres de la mañana ¡qué voz más humana y melodiosa sugiriéndome el cambio de operador! ¡La reoca, vaya!.
* Maestra y escritora