domingo, 25 de agosto de 2013

Mañana; otro día



EL MAÑANA, OTRO DÍA  NO EXISTE HOY

 Él, hombre de mundo, agradable de trato, bien parecido, tras el mostrador de una 
sencilla librería atiende, aconseja, conversa con la  escasa clientela que le llega cada día.
Yo, refinada, soñadora, solitaria, clienta habitual de material rutinario para mis muchas aficiones, caigo  en la cuenta, un día, de que he olvidado el monedero.
Él, sencillez que traduce en las mejores palabras: No se preocupe: mañana me paga; otro día.
Y presta al día siguiente, frente a la puerta cerrada de aquel  establecimiento, leo: Cerrado por defunción.  Alguien me comenta: Ha muerto el dueño.
Siento de repente que las piernas no me responden, que un escalofrío me conmueve, que la vista se me pierde en un laberinto de negras interrogantes.
A punto de desmayarse, me repito: ¡Si hoy es otro día! ¡Si hoy es mañana!
Y presta al día siguiente, frente a la puerta cerrada de aquel  establecimiento, leo: Cerrado por defunción.  Alguien me comenta: Ha muerto el dueño.
Siento de repente que las piernas no me responden, que un escalofrío me conmueve, que la vista se me pierde en un laberinto de negras interrogantes.
A punto de desmayarse, me repito: ¡Si hoy es otro día! ¡Si hoy es mañana!

lunes, 19 de agosto de 2013

Veneno Gota a gota



DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
ISABEL Agüera 20/08/2013
Un joven elefante, que transportaban en un circo, por primera vez, conoció a los humanos. ¡Qué nariz tan larga y fea tengo! -exclamó al verse en un espejo- Me operaré. Quiero ser como los humanos. Pasado el tiempo, y ya viejo, fue llevado a un zoológico donde había más elefantes: ¿De dónde has salido tú? Eres un ridículo disminuido -exclamaron los demás elefantes-. Y los niños se reían de él y le llamaban monstruo. 

Un viejo elefante se compadeció y exclamó: No, no eres un disminuido; eres un necio. Por envidiar a los de otra especie, perdiste tu singularidad, perdiste tu hermosa trompa. Ahora tan sólo eres un desgraciado infeliz. 


Bueno, pues no solo escribí este relatito sobre la envidia sino que también tengo una "gran" frase: La primera vez que me olvidaron, lloré y me dije: ¡Qué mala memoria tienen! La segunda, me reí y exclamé: ¡Qué excelente memoria tienen! La tercera ni reí ni lloré: me fue, me es indiferente. ¡


Ea! ¿Qué me dicen? Para gustos, colores. La envidia en los hombres -y eso lo dice un filósofo alemán- muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren. Y yo añadiría: ¡y cómo declaran su inferioridad! ¡Y qué mal lo pasan por ver a otro tener lo que tanto desean! Y ahí sacan el aguijón y, gota a gota, van derramando veneno. Me dan pena, y lo digo de corazón, porque para nada creo que haya nadie a quién podamos envidiar: todos sufrimos, todos, tenemos nuestras propias limitaciones, todos estamos aquí y en un tris, ¡hala!, se nos estropea la "oficina" o nos vamos al otro mundo. 


Y digo yo: ¿Por qué envenenar la gota de felicidad que pueda disfrutar el otro? Todos y cada uno tenemos nuestra particular "trompita", ¿por qué no cuidarla, mejorarla, mojarla en el panel de rica miel y, gota a gota, esparcirla?¡A bien que no acudirán moscas!

domingo, 18 de agosto de 2013

El canto del canario



Animada tertulia matinal en la radio. Los contertulios, blabla, política, blabla, más política...  Y claro, los asiduos radioyentes, en este vaivén de opiniones encontradas y, sobre todo, tan repetitivas, tan exacerbadas un día y otro también, oímos pero no escuchamos. Si acaso, acuciamos el oído cuando alguien pone en sus labios palabras que acarician nuestras ideas, mientras, con regodeo, nos decimos: ¡Este, sí; éste sí que vale! Pero lo cierto es que estamos asfixiados de tanto más de lo mismo, y las tertulias a veces se tornan en un ruido más con el que convivimos y en el que las palabras en el mejor de los casos se perciben como letanía sin más ora pro nobis que la indiferencia por respuesta.

Pero he aquí que uno de estos días, cuando intervenía un oyente, los trinos de un canario irrumpieron arrolladores por las ondas. ¿Novedad, belleza, gracia, sorpresa?

Tal vez un poco de todo enmudeció y hermanó, en un escaso minuto, a contertulios y oyentes. El don precioso de la palabra --dice Barón de Holbarch-- debe servir a los hombres para comunicarse sus pensamientos, para socorrerse mutuamente, para transmitirse las verdades útiles, y no para destruirse y engañarse. Es cierto que vivimos en una época de evolución sorprendente en el área de los medios de comunicación, reduciéndose así las distancias, las ideas, los tiempos...

Pero, a pesar de este avance, prevalece un factor que ha sido siempre catalizador de las relaciones humanas: la palabra y el comunicarse a través de ella es la más primitiva pero la más efectiva forma de formar, informar, socializar... No obstante, la palabra hoy está devaluada y ha dejado de ser camino que conduzca a la verdad, para transformarse en vehículo de radicalismos encontrados.

Tal vez precisemos la voz de un simple “canario” para sorprender, aunar y embellecer nuestras trilladas rutinas.