lunes, 31 de mayo de 2010

Mascotas mascoteros

¡Anda que con la que está cayendo, y yo derivando palabrejas! ¿Pero cómo si no llamar al que tiene una mascota? Y lo de tenerla es muy bueno y muy santo y también el de sacarla a pasear, aunque a veces resulta irrisorio ver a un gigantón enganchado a la cadena de un pusilánime chihuahua.
Pero no es el caso al que me voy a referir sino a una pareja más proporcionada: gigante él y gigante perro mascota y no digamos gigante la mierda que soltó el animal en las narices de un grupo de gente que desayunábamos tranquilamente en la puerta de una cafetería de nuestro barrio. ¡Vaya que la mediterránea tostada de aceite y jamón se nos tornó coro de arcadas, aspavientos y reproches!
¿El gigante mascotero? ¡Nada de nada! Tan orgulloso y, tras el instante de parada que llevó la defecación, adiós muy buenas que ahí os quedáis con el paquete.
¡Con la que está cayendo y esta aparente tontería! No obstante, pienso que mucho de lo que nos pasa tiene su raíz en esa poca vergüenza de creer que la "calle" es mía y ¡sálvese quién pueda!, porque nada importa el bien, el respeto que debemos a los demás.
Un bledo nos interesa la "tostada", que se coma o se atragante el otro. Nuestro mundo, más que nunca, queda reducido a la célebre frase del señor Gasset: Yo soy yo y mi circunstancia. Y esas circunstancias, que suman a nuestro yo, tienen otras muchas definiciones: yo, y mi dinerito; yo y mi política; yo y mi poder; yo, yo y hasta mi almohada.
¡Qué pena con lo perecedero que es todo! Siempre estuve, y estoy, de parte de las mascotas, por débiles, manipulables- pero creo que a veces, sin remedio, hay que pactar con el mascotero que es el inteligente responsable de las boñigas y para eso hay que achuchar menos y arrimar más el hombro, ya que de lo contrario, bla, bla- ¡Y quítate tú que me ponga yo!



* Maestra y escritora





miércoles, 12 de mayo de 2010

NIÑOS INVISIBLES



En muchas ocasiones, y con variopintos objetivos, pero el primero conocer a mis alumnos, les he pedido que se dibujaran a sí mismos. El resultado, tras la observación de cada uno de ellos, ha sido siempre de un gran valor psicológico y, por consiguiente, educativo. Recuerdo especialmente algunos de aquellos “autoretratos” que me enseñaron lecciones de vida y comunicación.

Uno de ellos fue el de un niño que se dibujó en un podium y rodeado de copas.. Sorprendida, puesto que se trataba de un alumno muy introvertido, le pregunté: ¿Cuándo y por qué te has subido a un podium? Con una ingenua sonrisa me contestó: No me he subido a ningún podium. Me he dibujado así para que me veas.

Hay quien dice que se ha pasado la vida en las aulas enseñando, pero yo más bien creo que me he pasado la vida en las aulas aprendiendo. Efectivamente, silencioso, trabajador y responsable pasaba un poco desapercibido, invisible, ya que, por lo general, se suele prestar más atención a los conflictivos, perezosos e incordios que abundan y, a veces, son objeto de nuestra total solicitud.

En la importante teoría de la Gestalt hay una clara distinción entre la figura, aquella que se percibe como sobresaliente, y el fondo que viene a ser algo indefinido cuya función es servir de base envolvente a la figura. Los niños invisibles son aquellos que no logran que “luzca” su figura y quedan perdidos en la envoltura del fondo con el peligro de quedar marcados para siempre en una nefasta autoestima que los conducirá por la vida como personajes insatisfechos, agresivos, etc. Es por ello de sumo importancia que los alumnos, todos, en alguna ocasión, al menos, se sientan protagonistas de algo pero ante todo de nuestra especial atención y afecto, ya que de lo contrario no habrá podium en sus vidas que los aúpe a la altura que todos, legítimamente, necesitamos.

lunes, 3 de mayo de 2010

Ser escritor/a


04/05/2010

Ser escritor/a
Todavía flamean por nuestro bulevar destellos de la Feria del Libro. Es por ello que no haya prescrito aún la reflexión que en estos días me llevaba a escribir el siguiente mini relato: un hombre, que de toda la vida se había dedicado a limpiar máquinas de escribir, decidió hacerse escritor. Así, mal escribió y mal se público su libro. Después, con él bajo el brazo, repetía ¡Soy escritor; soy escritor! Un día tropezó con un antiguo cliente. Este, al verlo le preguntó: ¿qué? ¿Cómo va el asunto de las máquinas? Lo dejé, ¿sabes? Fueron demasiados años poniendo a punto los libros de los demás. Ahora trabajo para mí. Y poniéndole su obra en la mano, dijo: toma, lee y presume de amigo escritor. El hombre, sabio y prudente, ojeó el libro y exclamó: ¡vaya! Compruebo con desagrado el que tú, experto en limpiar máquinas, has descuidado la tuya. Esta lectura es ilegible. En estos tiempo parece que el ser escritor es algo así como el pasaporte imprescindible para lograr la inmortalidad y si bien es verdad que todos tenemos derecho a desearla y buscarla, no lo es menos que los caminos son tantos como seres humanos habitamos el planeta. ¡Qué absurdo sería decidir ser un Picasso, un Mozart, etcétera! La vocación de escritor, para mí, es ante todo, una especie de brote creativo que surge a partir tal vez de una simple observación o acontecimiento pero que, día a día, impulsa al escritor a derrochar tiempo, silencios, renuncias para fecundar y hacer crecer la criatura maravillosa que se va gestando, como si una gran fuerza interior empujara y se impusiera, sin tregua posible, hasta adquirir la madurez para tomar las riendas de sus posibles derroteros. El título de escritor es lo que menos importa porque la aventura de escribir no tiene como fin primordial la fama, cosa, por cierto, bastante circunstancial, sino ser cómplices privilegiados del gran milagro creador.



* Maestra y escritora