lunes, 25 de mayo de 2015

A toro pasado

 DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
26/5/2015
Atrás queda ya, sí, la maratón elecciones, atrás queda rápidamente todo. No obstante, todo deja un rastro que bien merece recapacitar si es que estamos decididos a arriar la bandera de la hipocresía y enfrentarnos con la verdad de lo que somos y hacemos. Y mi reflexión emerge a toro pasado que es cuando con algo de distancia de los acontecimientos la perspectiva es más objetiva y exacta.
Alguien decía el pasado domingo: todos los años tendría que haber elecciones por las cosas tan buenas que nos prometen los políticos. No contesté porque hubiera sido abrir una peligrosa brecha como sucede siempre que se tocan ciertos temas. Pero este pueblo, llamado España, y a las alturas que andamos, sigue sin quitarse el pelo de la dehesa, porque solo somos oídos para escuchar aquello que deseamos oír, mágicas promesas que son como música celestial que acaricia nuestros oídos. Qué bien los definió Nikita Jr. cuando dijo: Los políticos son siempre lo mismo. Prometen construir un puente aunque no haya río.

Y , no queda la cosa en los puentes sino, ante todo, en el grandioso espectáculo al ver cómo andan por los barrios, acarician niños, besan a ancianos, sonríen, bailan, cantan, botan --de pelota--. ¡Qué ricura del ramillete que son nuestros políticos, a los que habría que dar palillos de pasa y buenos colirios porque seguramente han perdido memoria y vista y se olvidan de que no hay ríos, ni cauces, ni agua, ni lluvia que mitiguen la sed de lo que realmente, sucede en esta España mía, esta España nuestra!, ¡pero si hasta se han acordado de mí! ¡Pues no van y me llaman para directamente pedirme el voto! ¡Ay, que subidón les da cuando se aproximan fechas tan decisivas para luego clamar a los cuatro vientos: ¿si no hay ríos cómo nos pedís puentes? 
Qué difícil me ha resultado elegir, porque uno más todos me daban un inequívoco signo del igual.

martes, 19 de mayo de 2015

Cerca pero no revueltos

DIARIO CÓRDOBA/EDUCACIÓN
20/05/2015
En la vida de los pueblos, de los individuos, siempre hay un momento decisivo en el que la historia comienza o cambia radicalmente. Si nos detenemos un momento y observamos el movimiento de la vida a nuestro alrededor, veremos que es permanente renovación. Nuestro cuerpo ya no es el de ayer; ha habido renovación: muerte, nacimiento. No obstante hay algo en nosotros que se resiste al cambio: nuestra mentalidad acomodada a unos esquemas que la soportan con una facilidad asombrosa basada en la rutina de la cotidianidad. Pero nuestra inercia tiene un nombre preocupante y trascendente: irresponsabilidad.
Hace unos días alguien me comentaba: ¡qué vergüenza y qué pena de jóvenes! Tras un concierto en las Tendillas, el espectáculo era dantesco: niños, de no más de catorce años, fumando, bebiendo… Botellas, papeles, bolsas, etc, por los suelos. Empujones, palabrotas, peleas, ¡ninguna educación!
Efectivamente nuestra reciente historia comenzó ayer y no se repetirá mañana. De ahí que los esquemas educativos tampoco pueden quedar inamovibles y sometidos solo y exclusivamente a los intereses políticos por un lado y a los de familias que se lamentan, sí, pero que llegan tarde al movimiento que puso en órbita los malos hábitos de los hijos.
La educación de hoy pasa por un precoz e ininterrumpido diálogo en el que se prime hablar con ellos al hablar a ellos. Me decía un padre al respecto:  no puedo negarle a mi hija que asista a un concierto al que van todas las amigas, pero yo estaré cerca, aunque no revuelto.
Creo que esa es exactamente la actitud. La educación no puede quedar al margen de la evolución y de los cambios, anatematizando, castigando y prohibiendo. Pasó el tiempo del patriarcado y pasó el tiempo de pensar en las escuelas como edificios y llegó para todos el tiempo de educar en los cambios, cerca, muy cerca de nuestros niños, adolescentes y jóvenes, muy cerca, sí, pero no revueltos.





lunes, 11 de mayo de 2015

Mayores en Residencias

DIARIO CÓRDOBA/ OPINIÓN 
  12/05/2015
Una vez más es noticia en los medios de comunicación el mal trato recibido por ancianos en una residencia.
Bien sé, y conozco de primera mano, que esto no es lo normal en centros donde, por lo general, los mayores reciben atención y cariño, pero un solo caso como el mencionado, creo que no debe quedar zanjado en un telediario. Y más que a los centros que de forma tan vejatoria tratan a los ancianos, yo culparía a los familiares que no controlan, visitan, se preocupan, etc., de ellos y de saber cómo son atendidos en cada momento.
Sucede que, a veces, cuando un mayor ya no sirve ni para cuidar de los nietos, nos lo quitamos de en medio como mejor creemos o podemos. Y es verdad que, cuando una persona mayor o joven padece esa tremenda enfermedad del alzhéimer, cuando no conoce, ni sabe, ni entiende, al menos para mí quisiera una residencia porque de lo contrario se esclaviza y hasta se acaba con la vida de los hijos que nos soportan pero que, no obstante, no pueden llegar a suplir todas las carencias y necesidades que, a cada paso, precisa un enfermo.
Mi preocupación por los mayores me ha llevado a concluir que, a veces, nos olvidamos de la dignidad con la que deben ser tratados y que nada tiene que ver ni con años, ni con enfermedades. Los acusamos de egoístas porque se resisten a abandonar sus casas, los tratamos de tacaños porque miran más por el dinero, los calificamos de nostálgicos cuando solo le quedan recuerdos, lágrimas y dolencias.

Y no creo que se trate de egoísmo la resistencia a abandonar el hogar. Es que los mayores precisan un espacio y no solo una cama. No creo que se trate de tacañería sino de las muchas necesidades básicas a las que tienen que hacer frente con una mala pensión. 
Callan lágrimas, dolencias  y se refugian en los recuerdos, por no crear más problemas, pero ahí siguen con un espíritu joven dentro de un cuerpo que no responde.
Por nosotros lo dieron todo; paguémosle con algo.

domingo, 3 de mayo de 2015

Madrecita del alma

Para todas las madres:



 Ningún día, de tantos inventados por el comercio para impulsar el consumo, considero más justificado y bello que éste del Día de la Madre. No obstante yo reivindicaría toda una vida para celebrar, amar a la madre. Muchas veces, y desde estás misma página, he dedicado mis mejores palabras, mis más bellos recuerdos para aquella mujer que fue la mía. 
Hoy, una vez más, la canción de Machín me emociona profundamente: Madrecita del alma querida, en mi pecho yo guardo una flor... 
Sí, madrecita del alma. ¡Cuánto te amé! “ Toda mi infancia -de mi novela “Buscando en la vida”- una angustiosa pesadilla con las continuas enfermedades de mamá: cólicos hepáticos, anemias... Días, mucho tiempo, metida en la cama. Papá, las pocas horas que tiene libres, las pasa junto a ella, pero las tardes, aquellas tardes largas de primavera, y las frías y negras de invierno, las pasa soñolienta y sola, pero allí estoy yo, siempre al acecho. Desesperada de ver a mamá tan enflaquecida, amarilla, aletargada... Y temblando, que los dientes me chirrían, espero que, entre quejidos y vómitos, abra los ojos, me mire, me diga algo... Cuando sé que está sola, corro, inédita, a la soledad y lejanía de su dormitorio en aquella casa grande, y acurrucada a sus pies, sin apartar mis ojos del bulto que imagino su corazón para comprobar que sigue respirando, acaricio sus pequeñitas y delicadas manos.”

Un día, nunca lejano, en el quirófano del hospital de nuestra ciudad, dejó, sí, dejó de respirar para siempre, pero una madre buena deja en el corazón de los hijos hermosas notas que se conjugan y enmarcan en el presente de los días como inacabada sinfonía. 
Una madre buena siempre deja paz tras de sí, deja, y resulta el más cálido de los bálsamos, el convencimiento de que alguien nos amó sin exigencias, egoísmos... Porque una madre buena es el mejor regalo que Dios hizo al hombre.

En honor de mi madre buena, yo también canto: Aunque amores yo tenga en la vida que me llenen de felicidad, como el tuyo, jamás, madrecita, como el tuyo no lo ha habido ni habrá... .