DIARIO CÓDOBA/OPINIÓN
17/12/2013
ISABEL AGÜERA
Mirad el fuego de una chimenea es motivo
de felicidad para un niño: también para mí
La felicidad humana --dice B. Franklin-- generalmente no
se logra con grandes golpes de suerte que pueden ocurrir pocas veces, sino con
pequeñas cosas que ocurren todos los días.
Me ha sorprendido esta frase por la coincidencia con
otras mías referentes también a la felicidad: la felicidad no se busca; se
encuentra. La felicidad no es un bien que nos llega a la puerta empaquetado y
con remitente de gran altura.Tampoco es ese nombramiento que tal vez esperamos,
ese homenaje que creemos merecer, o ese cargo que deseamos nos sitúe a la
altura del fuerte, poderoso, tenido en cuenta, respetado e incluso temido.
El hombre feliz de aquel antiguo cuento de Tolstoi
resulta que no llevaba la deseada y buscada camisa de la felicidad que
precisaba el zar. Pero hoy día no nos bastaría con buscar una inexistente
camisa sino que buscamos torpemente camisas y más camisas de los más variopintos
colores y procedencias.Y con ese equipaje a cuestas vivimos frustrados,
victimizados, olvidados, desgraciados, desafortunados, infelices en una
palabra. El néctar era una bebida maravillosa que alegraba el corazón de los
dioses, pero que apenas los alimentaba. Y eso ocurre cuando buscamos esa
felicidad que tan solo, si nos llega, es como una columna de humo que en unos
instantes se desvanece.
Los golpes de suerte que esperamos se barajan y
distribuyen entre conveniencias, regateos, estraperlos y lo que es más
frecuente en estos tiempos: hacerse planta trepadora. Es decir, buscar un
soporte por dónde encaramarnos, aunque sea a costa del mayor precio que podemos
pagar: la pérdida de la dignidad.
El néctar que alimenta y colma de felicidad no hay que
buscarlo sino saber encontrarlo en las pequeñas cosas que nos suceden cada día
y nos pasan desapercibidas, obcecados por la inexistente camisa que llevamos
puesta pero es tan sutil que la despreciamos. ¡Qué ciegos andamos!