DIARIO CÓRDOBA/OPINIÓN
24/06/2014
Las virtudes
teologales, fe, esperanza y caridad venían a representar --¡en qué tiempos
aquellos!-- las más bellas vestiduras que podían aderezar al ser humano en su
travesía por la existencia. En ellas se extractaban, sin entrar en referencias
de ninguna clase, todo lo que hoy llamamos, en un gran despliegue de palabras,
valores.
A veces, y a
fuerza de repetir ciertos vocablos, las convertimos en una especie de necesaria
rutina que hay que soltar aquí y allí, ya que nos quedan de maravilla, pero que
como sucede con otros muchos discursos no pasan de ser pura demagogia que nos
deja indiferentes.
No obstante,
para mí, hay un valor del que se habla poco o nada y que no obstante, y dados
los tiempos que corren, es muy necesario conocer y practicar: me refiero a la
objetividad que no es otra cosa que el valor de ver el mundo y todo lo que en
él sucede tal y como es, con sus luces y sombras, y no como individualmente nos
gustaría que fuera.
Los seres
humanos somos como un cóctel cuyos componentes, entre otros, son: sentimientos,
raciocinio, aprendizaje, experiencia, etcétera. Todo eso bien batido nos da
como resultado una percepción de la realidad que puede estar equivocada pero a
la que nos aferramos por muy evidente que sea nuestro error.
Ser objetivo
es un valor importante, porque exige de nosotros ver los problemas y las
situaciones con un enfoque que equilibre adecuadamente emoción y razonamiento.
Hoy día, los Medios colaboran en mucho a crear corrientes de pensamiento que,
según ideologías, dirigen nuestra objetividad.
De ahí la
necesidad de usar el raciocinio y la experiencia para despejar matorrales y
oscuras frondas que nos impiden ver la luz del sol en su esplendor.
Todas las
épocas decadentes son subjetivas y por el contrario todas las épocas
de progreso son objetivas / Goethe. ¿De qué color será, pues, nuestra época?