La pieza más grande de
un gigantesco puzzle, desparramado sobre un tablero, le dijo a una tan pequeña que apenas si se veía: ¡qué insignificante eres! Tu presencia en
este puzle es inexistente, hasta el punto de que no eres
necesaria para nada.
La insignificante pieza nada contestó.
Cerca del tablero, y por una ventana abierta, entró una ráfaga de viento que
arrojó al suelo a la pequeña pieza. El dueño de aquel caprichoso puzzle, un día
y otro, iba encajando las piezas que había empezado por la más grande que continuaba jactándose
de la pequeña, perdida por el suelo. ¿Te
has dado cuenta? –le decía- Empezó por mí. A ti ni te ha visto.
La pequeña pieza tampoco le contestó en
esta ocasión. Sucedió que, cuando, pasados los días, el puzles estaba listo
para ser terminado, aquel hombre, inquieto, cayó en la cuenta de que le faltaba
la pieza pequeña para completarlo. ¡No
puede ser! –se repetía- ¡Sin la pieza que falta esta obra está incompleta!
¡Tengo que buscarla, tengo que encontrarla para poder dormir y vivir tranquilo!
Y a fuerza de buscar dio con la pieza que
seguía debajo del tablero. El hombre suspiró feliz: ¡Al fin la encontré! Una obra inacabada no vale nada.
Fue entonces, cuando la insignificante
pieza habló y dijo: ¿te das cuenta
hermana? Da igual ser el primero o el último, si contribuyes a que la obra sea
perfecta.
Y esta bonita foto de vacaciones
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