Muy triste relato, pero estamos a tiempo de evitar que se repita.
Al
cruzar la zona ajardinada de un bloque me encontré con Jacobo, un día, víspera
de Navidad de hace algunos años. Sentado en un poyete, con la barbilla apoyada
en una prosaica marrilla, con la mirada turbia, con labios pastosos, con manos
temblorosas, con voz lejana me susurró: ¿Me
puede decir la hora? Las seis –le contesté, sentándome a su lado- ¿Espera a alguien? Tras unos segundos,
sumergido en un reflexivo silencio, exclamó: Ni espero ni me esperan. Ya lo tengo todo hecho y lo único que hago es
estorbar. Aquí vengo y espero a mi nieto que anda por ahí jugando. Así me quito
un rato de en medio, pero, ¿yo qué hago ya aquí?
Aquella
interrogante, como un dardo, me laceró el alma. Me hice el propósito de pasar
por allí cada tarde y acompañar un rato a Jacobo. Sus palabras se repetían
inexorablemente: ¿Y yo que hago aquí ya?
Me alejaba
triste. Me llevaba, sin respuesta, las palabras de Jacobo. Dos días antes de
Navidad me despedí de él: Hasta que pasen estos días, Jacobo –le
dije-. Que sea feliz con su familia. Se me quedó mirando con una
serena mueca que venía a ser
sonrisa en aquellos labios en los
que ya no quedaban palabras.
Pasada las
fiestas y al regresar al jardín, con bastante frío, me
detuve en el poyete de Jacobo: deseaba, más que nada, el reencuentro con mi amigo de tantas soledades. Miré, busqué...
Por entre la espesura de los arbustos, apareció un pequeño que, con la
cartera a rastras, nada más verme, voceó: ¡El abuelo se ha muerto! ¡Se lo llevaron al
cementerio!
¡Cuánta soledad en su mirada!
¡Cuánta tristeza en sus palabras! ¡El abuelo se ha muerto! ¡Abuelo, de ojos
grises, de labios amoratados, de manos sarmentosas, abuelo de mil caminos,
siempre en mi corazón tendrás el rescoldo de
mis buenos recuerdos! Te fuiste sin decir adiós, sin hacer el menor
ruido. Quiero volver a verte, abuelo, quiero, ¡maldita sea!, resucitar tus años y devolverte a una
vida de ilusiones y amor, pero tal vez tu descanso infinito sea como el que
sueño: rodeado de paz, de luz, de amor… Tu poyete sigue, y en el rescoldo que dejaste yo,
reverente, me cobijo cada día. ¡Adiós, abuelo!