A estas alturas, y como si
de un tema tabú se tratara, los maestros y maestras, con respecto al tema de la
integración, optan por aceptar, y aparentemente de buen grado, a cuantos
alumnos de especiales características les son asignados. Para mí el tema, ni es
tabú, ni tan complejo y penoso como resulta en la práctica cotidiana, porque la
cuestión es clara: ¿es posible o no es posible la deseada, aireada y, por qué
no decirlo, hasta sufrida integración? Por mis aulas, en tantos años, cuando la
palabra integración no formaba parte del vocabulario habitual en educación,
pasaron niños sordos, ciegos, paralíticos, etc. Y mis estrategias y amor por
ellos eran remedio infalible, pero eran alumnos que tenían facultades para
entender y relacionarse.
Otra cosa bien distinta es
el sueño de integrar a toda consta determinados alumnos con deficiencias tales
que la imprescindible comunicación es por excelencia una utopía que, en la
rutina de los días, se traduce en perjuicio para los demás alumnos, quejas de
los padres y carga insufrible para los profesores en cuyas espaldas se carga
toda la responsabilidad.
El elemento fundamental para
desarrollar un buen aprendizaje es la creación de un clima adecuado en el aula.
Dice Rogers: «debemos encontrar un modo de desarrollar un clima en el sistema
que esté centrado en la facilitación del aprendizaje». Y esto consiste en
contribuir para que las personas evolucionen según sus propios intereses, que
estén interesados, abiertos a la investigación, al diálogo, opinión, etc.
La atención, el interés, la
participación, etc, son, por tanto, factores imprescindibles, y de este modo,
solo así, cuando el alumno se sitúe en algunos de estos niveles, será posible
la integración. El forzar igualdad, cuando existen eficiencias que lo hacen imposible,
no deja de ser una cruz para el profesorado.
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