DIARIO CÓRDOBA / EDUCACIÓN
ISABEL AGÜERA 15/10/2014
Actualmente, y cada vez más, la
enseñanza, la educación en general, persigue como objetivos básicos el
conocimiento y la práctica de aquellos aspectos técnicos que se suponen tan
necesarios para el futuro de los alumnos, quedando bastante relegada la
preocupación por enseñar, transmitir aquello que siempre hemos llamado
urbanidad, buena educación e incluso respeto mínimo en todo y para todos. Para
algunos educadores se trata de aspectos que limitan la libertad de los niños,
aunque realmente producen un efecto profundo en su posterior éxito social. No
obstante, muy lejos queda el propósito de hacer de ellos modelos que actúen
presionados, sino que adopten ciertas conductas de manera natural, sin perder
la espontaneidad propia de su edad.
Muy lejos queda también para los adultos
dicha materia que debería ser asignatura obligatoria para todos, porque basta
observar cómo a cualquier nivel se han perdido los buenos modales, considerando
como tales incluso actitudes y comportamientos elementales: ser puntual,
amable, saludar, pedir la palabra, no interrumpir, dar las gracias, pedir las
cosas por favor, ser paciente, disciplinados, etc. etc.
No todo está bien por muy progre que
seamos. La urbanidad, la cortesía e incluso el refinamiento no deberían ser
valores pasados de moda que con frecuencia descuidamos y hasta despreciamos
tachando de cursilería ciertos gestos y necesarios detalles de buena educación.
No es desenfado y naturalidad el incorporar a nuestro vocabulario una sarta de
palabras soeces, ni lo es esa serie de costumbres que se van imponiendo y que,
como mínimo, imprimen a la vida cierta nota de vulgaridad que frivoliza todo lo
que hacemos. Basta con observarnos a nosotros mismos como modelos que somos para
los pequeños y detectar detalles y un sin fin de cotidianidades que deberíamos
revestir de cierta solemnidad o, al menos, de respeto y elemental cortesía.
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