En muchas ocasiones, y con variopintos objetivos, pero el primero conocer a mis alumnos, les he pedido que se dibujaran a sí mismos. El resultado, tras la observación de cada uno de ellos, ha sido siempre de un gran valor psicológico y, por consiguiente, educativo. Recuerdo especialmente algunos de aquellos “autoretratos” que me enseñaron lecciones de vida y comunicación.
Uno de ellos fue el de un niño que se dibujó en un podium y rodeado de copas.. Sorprendida, puesto que se trataba de un alumno muy introvertido, le pregunté: ¿Cuándo y por qué te has subido a un podium? Con una ingenua sonrisa me contestó: No me he subido a ningún podium. Me he dibujado así para que me veas.
Hay quien dice que se ha pasado la vida en las aulas enseñando, pero yo más bien creo que me he pasado la vida en las aulas aprendiendo. Efectivamente, silencioso, trabajador y responsable pasaba un poco desapercibido, invisible, ya que, por lo general, se suele prestar más atención a los conflictivos, perezosos e incordios que abundan y, a veces, son objeto de nuestra total solicitud.
En la importante teoría de la Gestalt hay una clara distinción entre la figura, aquella que se percibe como sobresaliente, y el fondo que viene a ser algo indefinido cuya función es servir de base envolvente a la figura. Los niños invisibles son aquellos que no logran que “luzca” su figura y quedan perdidos en la envoltura del fondo con el peligro de quedar marcados para siempre en una nefasta autoestima que los conducirá por la vida como personajes insatisfechos, agresivos, etc. Es por ello de sumo importancia que los alumnos, todos, en alguna ocasión, al menos, se sientan protagonistas de algo pero ante todo de nuestra especial atención y afecto, ya que de lo contrario no habrá podium en sus vidas que los aúpe a la altura que todos, legítimamente, necesitamos.
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