De oca en oca
01/03/2011 ISABEL Agüera
¡Para qué las ocas que he tenido que sortear hasta lograr escuchar una voz humana que, escuetamente, al fin, preguntara!: ¿En qué puedo servirle? Miles de protestas se me ocurrieron, dado que hasta se me había olvidado el objeto de mi ya remota llamada. Pero no hubo lugar a ninguna porque de aquella oca humana pasé a otra serie de voces metálicas que de una a otra repetían: Con una palabra diga el objeto de su llamada. Y yo: ¡Ba-ja! Y la voz: No lo he oído bien, repita, por favor. Y yo a gritos: ¡Ba-jaaa!
Con un impresionante cabreo colgué el teléfono, tras veinte minutos y con la consiguiente impotencia de no saber cuál paso era el siguiente. Mejor dicho: es que no había paso posible. Hace años, tal vez con la madurez, comprendí aquello de que menos es más. Y así mi sentido de todo sufrió una gran catarsis: ¡Fuera todo lo que sobra! Mesa limpia hice y hago cada día porque entendía que el progreso consistía en renovarse y me encantaba la idea de sentirme nueva, pero resulta que he aterrizado en otro concepto del progreso y que alguien ya dijo: Lo que llamamos progreso es el cambio de un inconveniente por otro.
¡Y vaya si llevaba razón el de la frase! Porque si problemas daba el telefonillo de la manivela, las voces virtuales de hoy día, más que problema, son una auténtica pesadilla. Casi para todo ya no hay una persona que de viva voz nos atienda, ya todo son automáticos que hablan o papeles, ¡muchos papeles!, antes de abrir la boca.
Creo que el problema de nuestro marchoso progreso radica en el hecho de haber olvidado lo positivo que teníamos y liquidarlo sin piedad, partiendo así de cero.
Y, bueno, a este paso me veo pronto haciendo señales de humo o tocando un tambor para clamar: ¡A mí, que estoy aquí! Ahora, ¡eso sí! A las tres de la mañana ¡qué voz más humana y melodiosa sugiriéndome el cambio de operador! ¡La reoca, vaya!.
* Maestra y escritora
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