lunes, 12 de mayo de 2014

Recuerdo con huella


Hace unos días visitaba una residencia donde estaba ingresada una buena y trabajadora mujer que conocí hace años. En aquellos tiempos, de vez en cuando, la invitaba a café y compartíamos un rato de charla. Me contaba que tenía tres hijos pero que los tres estaban lejos, y que ella todas las noche se acostaba un rato en cada una de sus camas con el fin de calentarlas y por la mañana, encontrarlas deshechas, haciéndose así la idea de que dormían allí. Les cambiaba las sábanas, las volvía a hacer, etcétera.
La verdad es que aquella historia me conmovía por el amor y ternura que conllevaba. Hoy, aquella mujer ya no existe. El maldito alzhéimer la ha dejado perdida en un túnel de oscuridades y olvidos. Una de las cuidadoras me comentaba: "Tiene una manía con hacer y deshacer la cama". No dije nada, pero sí, más de una lágrima corrió por mis mejillas, y hoy aprovecho este espacio para reivindicar ese valor tan perdido en la turbulenta corriente de palabras, gestos y acciones duras como circulan a diario por el escenario de nuestra cotidianidad.
La ternura es la columna central que sostiene la vida --dice el literato Martínez Gil--. La ternura es un sentimiento que engrandece al hombre; es la demostración más sublime del afecto entre dos personas, es una fuerza prodigiosa capaz de transformar los más pesados ambientes. Describir la ternura sería  difícil, puesto que es un sentimiento tan grande y noble que las palabras quedarían cortas, pero es un sentimiento que abarca no solo a personas que se aman sino que es como un fluir constante de comprensión, proximidad y amor hacia todos los seres humanos. El cantante belga Jacques Brel lo expresaba en sus canciones: "Somos como barcos partiendo todos juntos en la pesca de la ternura". 
Para mayores y pequeños, mujeres y hombres, animales y plantas, yo reivindico ternura, por favor.

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