DIARIO CÓRDOBA/OPINIÓN
18/XI/2014
ISABEL AGÜERA
Próximo el Día Internacional del Niño, un recuerdo me asalta esta madrugada:
a la puerta de mi casa una adolescente con un recién nacido en brazos, que
lloraba como un desesperado, me abordó al coger mi coche. ¿Me puede dar algo
para comprar leche al niño? La miró a ella, miro al bebé y mi cabeza se torna
un mare mágnum de tiernas y compasivas interrogantes, alguna de las cuales
formulo: pero, ¿dónde vives tú...? ¿Y qué
haces fuera de tu casa con un niño tan pequeño? ¿Tienes marido? No, no tengo
marido y vivo en una chabola por la salida de Chinales. Los llantos del
niño me estremecen. Lo cojo, lo acuno y un escalofrío me corre por el alma: sí,
es evidente que tiene hambre De ahí que le indico que me siga, al tiempo que
pienso cómo hacer algo más que despedirla con una limosna.
Entramos en una cafetería próxima. Los cuatro habituales de la hora se
solidarizan con aquel bebé que más bien parece un puñado de huesecillos. Lo
urgente e inaplazable es darle de comer y acallar aquel desconsolado llanto que
nos parte el alma. Unos momentos después, la chavalilla daba un largo biberón
al insaciable infante que se queda dormido como un bendito. Dimos direcciones
donde recabar ayuda y algo de dinero y vimos cómo se alejaba aquella chiquilla
con sus historias tan tremendas.
Hoy por hoy es raro el día que los telediarios no nos den noticias de niños
que pasan hambre, de niños enfermos, que sufren o que trabajan. Poco muy poco,
individualmente, podemos hacer. No se arregla el mundo a base de limosnas. Yo
creo que se acabó aquello que llamábamos caridad, cuando un pobre llamaba a
nuestra puerta. Urge, sí, hablar de justicia: ¿por qué unos tantos y otros
nada?
En cada niño que llora, que sufre...,veo a mis hijos, a mis nietos,
porque los niños, sean del color que sean, sienten, desean todos por igual.
Movamos siquiera un dedo para que canten los niños y no lloren porque de sus
lágrimas somos responsables todos.