martes, 17 de abril de 2018

DÓNDE ESTÁ EL PODER


DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN

Con alumnos de diez años, debatía sobre qué les gustaría ser en el futuro. Por unanimidad contestaron: reyes, princesas, famosos... ¡Cosas así! Una chavalilla, de pronto, me interpeló: y a ti, maestra, ¿qué te gustaría ser? A mí --contesté--, lo que soy: maestra y escritora. Los maestros y los escritores --concluyeron todos-- ¡no tienen poder! Terminó el debate sin más contestación por mi parte. Seguiremos --les dije--. Ahora no tenemos más tiempo. 
En silencio, retomaron su trabajo. De pronto, exclamé en voz alta y como sobresaltada: ¿qué ha sido eso? ¡Qué extraño! ¡Qué cara más rara se ha asomado a la ventana! Voy a echar la persiana. Los alumnos exclamaron: ¡qué miedo, seño! Llame al director. El director --contesté-- no está en el Centro, pero escuchad un momento: en un instante os he dicho una mentira y una verdad. Todo lo habéis creído. Es mentira que alguien se haya asomado a la ventana y es verdad que el director no está en el Centro, pero quería demostraros que el poder, a veces, solo es el arte de engañar a los demás, como he hecho yo. 
Un alumno me interrumpió: ¡sí, mi padre dice que ese es el poder de los políticos! La verdad también es poder y hay políticos que no engañan --añadí--. El mismo alumno exclamo: ¡bueno, pero casi nadie los cree! El poder de la verdad es chico. ¿Cuál es el tuyo? Como todos, ya lo habéis visto --contesté--, puedo tener los dos, pero estad seguros de que solo ejerzo el poder de la verdad. El alumno, exclamó de nuevo: ahora nos has mentido. Aquel día aprendí algo importante: los alumnos creían en mí ciegamente. No obstante, en aquella ocasión, y aun con la mejor voluntad de que entendieran que el poder no es solo cosa de los «grandes y populares», les había mentido. ¿Seguirían teniendo su total confianza en mí? Jamás, jamás --me dije-- se debe usar la mentira como arma. El verdadero poder reside en la verdad.


martes, 3 de abril de 2018

Religiosidad popular




Hace unos años  conté la conversación con un amigo chileno, tras pasar en España una Semana Santa. Me comentaba ¿cómo es posible que en un país aconfesional, las cadenas televisivas, las emisoras de radio, tanto públicas como privadas, se conviertan en portavoces de películas religiosas, retransmisiones de misas, procesiones y la vida se paralice a todos los niveles? Y añadía, si la televisión es el reflejo de la sociedad en que vivimos, no cabe la menor duda de que en este país, España, sois cualquier cosa menos aconfesionales.
Para empezar le aclaré que la aconfesionalidad implica la neutralidad del Estado en cuestiones religiosas es decir, la libertad de manifestaciones dentro del ámbito legal. Ahora bien, una cosa son los ciudadanos y la religión y otra el show que se monta, que lo mismo da que sea Carnaval, Feria que Semana Santa.
Sí, la gente se tira a la calle a comer, a beber, a divertirse. La clave reside en mi opinión, en que la Semana Santa es más cultura popular y espectáculo que religión y desde esta óptica se trata de promocionar el turismo, la hostelería, el consumo, etc. La Semana de Pasión debería ser para los católicos, profunda reflexión, sobre todo en los tiempos actuales, acerca de las causas por las que condenaron a Jesús, entre las cuales cuenta mucho su proclamación de un Dios que acogía a los pecadores, a las prostitutas, a los leprosos, a los esclavos, a los «emigrantes»...
Le condenaron porque exigió autenticidad en el templo, porque arremetió contra el tinglado montado alrededor de la fe, porque se rebeló contra la hipocresía y manipulación religiosa. En una palabra, por su condena de tanta falsedad.

 Yo creo que son días estos de termómetro bajo el brazo y comprobar qué temperatura hemos alcanzado en estos puntos. Ya finalizada dicha semana, empecemos, no obstante, vida nueva por caminos de luz, paz y esperanza.