Hace unos años conté la conversación con un amigo chileno,
tras pasar en España una Semana Santa. Me comentaba ¿cómo es posible que en un
país aconfesional, las cadenas televisivas, las emisoras de radio, tanto
públicas como privadas, se conviertan en portavoces de películas religiosas,
retransmisiones de misas, procesiones y la vida se paralice a todos los
niveles? Y añadía, si la televisión es el reflejo de la sociedad en que
vivimos, no cabe la menor duda de que en este país, España, sois cualquier cosa
menos aconfesionales.
Para empezar le aclaré que la
aconfesionalidad implica la neutralidad del Estado en cuestiones religiosas es
decir, la libertad de manifestaciones dentro del ámbito legal. Ahora bien, una
cosa son los ciudadanos y la religión y otra el show que se monta, que lo mismo
da que sea Carnaval, Feria que Semana Santa.
Sí, la gente se tira a la calle a
comer, a beber, a divertirse. La clave reside en mi opinión, en que la Semana
Santa es más cultura popular y espectáculo que religión y desde esta óptica se
trata de promocionar el turismo, la hostelería, el consumo, etc. La Semana de
Pasión debería ser para los católicos, profunda reflexión, sobre todo en los
tiempos actuales, acerca de las causas por las que condenaron a Jesús, entre
las cuales cuenta mucho su proclamación de un Dios que acogía a los pecadores,
a las prostitutas, a los leprosos, a los esclavos, a los «emigrantes»...
Le condenaron porque exigió
autenticidad en el templo, porque arremetió contra el tinglado montado
alrededor de la fe, porque se rebeló contra la hipocresía y manipulación
religiosa. En una palabra, por su condena de tanta falsedad.
Yo creo que son días estos de termómetro bajo
el brazo y comprobar qué temperatura hemos alcanzado en estos puntos. Ya
finalizada dicha semana, empecemos, no obstante, vida nueva por caminos de luz,
paz y esperanza.
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