viernes, 29 de agosto de 2008
domingo, 24 de agosto de 2008
miércoles, 20 de agosto de 2008
MUJER DE PAPEL
Mujer de papel
19/08/2008 ISABEL Agüera
Edición impresa en PDF
Esta noticia pertenece a la edición en papel.
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19/08/2008 ISABEL Agüera
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En una ocasión pedí a mis alumnos que se dibujaran a sí mismos. Me sorprendieron tres resultados. En uno, un pequeño se situaba en un podium: "Soy un campeón" --me dijo--. En otro una niña acunaba una muñeca: "Soy una mamá". El tercero, otro varón se situaba en medio de un círculo: "Es una corona --me explicó--. Soy un rey. Es que no lo ves".
Un poco triste pensé y me dije: lucharé con todas mis fuerzas para que haya más mamás reinas y campeonas. Sí, eso, exactamente, era y sigue siendo en mucho la mujer: papel donde el hombre escribía al derecho y al revés. El ser esposa le espera, criar hijos, educarlos y complacer a su marido
¡Qué atrás y que rancias va quedando esas cantinelas de siglos! ¡Y cómo me reconfortan las cuotas de igualdad que se van logrando! Mujeres políticas, mujeres empresarias, soldado, abogadas, médicos, jueces... Mujeres preparadas que cuentan con las mismas capacidades cognitivas, sociales y psicológicas que los hombres y que son necesarias para ubicarse en altos puestos. Mujeres con gran sensibilidad, intuición, responsabilidad que saben serenamente evaluar resultados antes de tomar decisiones.
Por supuesto que nada tengo contra los hombres y como Herder pienso y proclamo: no hay cosa que demuestre mejor el carácter de un hombre o de un pueblo que la manera como tratan a las mujeres.
Y es que todos, hombres y mujeres, somos imprescindibles porque, si bien no podremos cambiar la dirección del viento, sí podremos juntos poner a punto nuestras velas para navegar hacia ese soñado día llamado futuro de igualdad que ya otea por el horizonte ondeando un preciado rótulo que el viento avienta e iza por el universo: venciste mujer con no dejarte vencer.
* Maestra y escritora
* Maestra y escritora
sábado, 16 de agosto de 2008
AQUEL PEQUEÑO, EL LOQUILLO
RADIOGRAFÍA DE UNAS HORAS
Madrugué aquella mañana. Era la primera de mi estancia en la aldea. Por unos instantes, entre soñolienta y desconcertada, me sentí perdida en aquella contrahecha habitación de vigas carcomidas y recién encaladas, en aquella horrenda cama de olor a fuerte insecticida y en colchones de borra apelmazada y dura.
Me despertó el viento que movía las viejas maderas de una persiana, y me despertó la lluvia que chorreaba de los canalones en una palangana.
De repente, despabilé. Un reloj daba siete largas y sonoras campanadas, y mis pensamientos revivieron las imágenes vividas en tan cortas horas en aquel lugar casi perdido de los mapas.
Sí, aquella aldea era mi primer destino. Había llegado por la noche en el coche grande, la catalana, que levanta polvo por los caminos, que, al atravesar pueblos y aldeas, va siendo festiva en noticias, paquetes, viajeros...
Y la gente, cada tarde, a la puesta del sol, aseada, con olor a jabón verde y a colonias baratas, acude a la parada, y son minutos de encuentros, de comentarios, saludos, despedidas...
Me quedé dormida de madrugada. Por mi ventana entreabierta se colaba un cielo cubierto de nubes y la luz pobre de una bombilla callejera.
Y en el silencio, pasos fantasmagóricos, cantos de grillos y algún que otro perro aullando por los campos.
Me vestí de prisa, apenas escuché el primer toque, largo y perezoso, de Misa. Era, al fin, como el primer reclamo de vida que percibía tras aquella noche desapacible y misteriosa.
Llovía, cuando salí a la calle. Una bruma pegajosa envolvía las cuatro casas, chimeneas humeantes, con olor a pan caliente, que eran la aldea. Anduve por callejuelas solitarias y empedradas. Un perro flacucho estiró sus orejas al verme y, tras husmearme, se alejó con indiferencia.
La vida, no obstante, parecía regresar sin prisas, marcando, eso sí, el íntimo y entrañable valor de cada instante, presente en olores y sonidos que reverberaban el hogareño trajinar de aquel puñado de habitantes.
Al cruzar la calle principal, me detuve en la ventana de un viejo porche. Allí, estático, con la nariz pegada al cristal, había un niño. Al descubrirlo, tuve la impresión de que me había observado, paso a paso, desde que, haciendo piruetas, caminaba entre charcos, piedras y aceras embarradas.
No obstante, al acercarme a la ventana, se mantuvo extático en aquel gesto que resultaba grotesco a través del cristal mojado.
Le tiré un beso, lo saludé agitando la mano, le sonreí, pero aquel pequeño, de ojos inmensos, metido en una sucia y descotada camiseta, era, así lo evidencié desde un primer encuentro, un deficiente mental.
Había dejado de llover. El último toque de Misa apresuraba a piadosas mujeres que, acurrucadas en grandes velos, se dirigían a la iglesia. Al cerrar mi paraguas de vistosos colores, aquel pequeño, extasiado con los hilillos de agua que corrían por debajo de las aceras, levantó sus párpados, más bien amoratados, y encogiéndose de hombros en un gesto de ingenua timidez, me miró y sonrió.
Pasé un año en aquella aldea. A José Antonio, el Loquillo, como familiarmente lo llamaban, jamás lo he podido olvidar, y si Platero, borrico peludo y suave, fue el plateado sueño de un poeta, para mí, aquel niño deficiente, fue siempre el objeto de mi mejor inspiración.
Si el genio crea, el talento explora y el ingenio canta, éste último, en mi narración, viene a ser la canción sublime que la mente enferma de un niño entona, sin apenas notas, a la vida, pero que nos recrea, que nos hace abrir los ojos para ver y captar esos destellos de conocimiento que, perdidos apenas nacer, en la oscuridad de un cerebro inmaduro, son como bengalas fugaces que, no obstante nos deleitan con su colorido, con su lluvia de estrellas.
Mi narración va por ti, Loquillo. Si ser normal es crear, construir y cantar, voy a intentar hacer todo esto, al menos por una vez, pero tú que confundes a las mariposas con pétalos desgajados por el viento, que juegas con las gotas de lluvia como si fueran estrellas rotas, que sabes contar hasta cinco las cabras de la manada de Quico, tú, mi Loquillo, vas a ser mi genio, mi talento y mi canción.
¡Vamos, pequeño! ¡No tengas miedo! Tú no estás en la fe de erratas de la vida, ni eres una tara en el maravilloso concierto de la creación, tú, como el blanco y el negro, como el dulce y el salado... eres la otra cara de la moneda, el gran acierto de la contradicción.
Sonríe, Loquillo. La gente de España es gente de pueblo igualito al tuyo, y saben también de niños que, como tú, serán eternamente felices porque nacieron y morirán eternamente niños.
Sonríe, Loquillo. La gente de España es gente de pueblo igualito al tuyo, y saben también de niños que, como tú, serán eternamente felices porque nacieron y morirán eternamente niños.
martes, 12 de agosto de 2008
GORRIONES
¡GORRIONCILLOS que revoloteáis a mi alrededor! Quisiera ser vuestra amiga, y quisiera cogeros, acariciaros, notar en mis manos el cálido palpitar de vuestro minúsculo corazón y, en un instante, devolveros a la libertad.
Pero me huís; lo entiendo. Para vosotros, ¡qué peligroso pajarraco debo parecer! ¡Qué monstruoso espantapájaros! ¿Verdad?
También yo me noto, a veces, rodeada de gigantes de los que huyo, de feos espantapájaros.
¡Ojalá que alguno deseara tan sólo acariciarme para después devolverme intacta a la libertad!
Pero no me fío. Al igual que vosotros, no, no me fío; levanto vuelo, huyo…
Y tú, pobre espantapájaros, ¡quítate la careta que veamos tu verdadero rostro de una vez! Mejor siempre el propio que el ajeno. ¿No ves que así tan sólo espantas a inocentes gorrioncillos? ¡Pobres! ¡Si lo único que quieren es bajar al huerto, y escuchar el sonido fresco de los canalillos de riego! ¡Si lo único que quieren es ver cómo el borriquillo de ojos tapados da vueltas a la noria! ¡Si ellos, eclipsados en el ayer, sueñan desde sus nidos con planteras y riegos, con crepúsculos y Ángelus, con primaveras de azahares, con veranos de jazmines…!
¡Déjalos, tonto espatanpájaros! Si ellos serán siempre el ayer, el hoy, el mañana…
Pero me huís; lo entiendo. Para vosotros, ¡qué peligroso pajarraco debo parecer! ¡Qué monstruoso espantapájaros! ¿Verdad?
También yo me noto, a veces, rodeada de gigantes de los que huyo, de feos espantapájaros.
¡Ojalá que alguno deseara tan sólo acariciarme para después devolverme intacta a la libertad!
Pero no me fío. Al igual que vosotros, no, no me fío; levanto vuelo, huyo…
Y tú, pobre espantapájaros, ¡quítate la careta que veamos tu verdadero rostro de una vez! Mejor siempre el propio que el ajeno. ¿No ves que así tan sólo espantas a inocentes gorrioncillos? ¡Pobres! ¡Si lo único que quieren es bajar al huerto, y escuchar el sonido fresco de los canalillos de riego! ¡Si lo único que quieren es ver cómo el borriquillo de ojos tapados da vueltas a la noria! ¡Si ellos, eclipsados en el ayer, sueñan desde sus nidos con planteras y riegos, con crepúsculos y Ángelus, con primaveras de azahares, con veranos de jazmines…!
¡Déjalos, tonto espatanpájaros! Si ellos serán siempre el ayer, el hoy, el mañana…
Etiquetas:
amor,
libertad. sinceridad
domingo, 10 de agosto de 2008
sábado, 9 de agosto de 2008
POEMA DE UN NIÑO DE DIEZ AÑOS
viernes, 1 de agosto de 2008
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