Fiesta más, fiesta, menos, ¡qué más da! Todos, padres, maestros, sociedad en general nos quejamos de cómo la educación brilla por su ausencia en nuestros niños y jóvenes de hoy. ¡Claro, cuando pensamos u opinamos así nos referimos siempre a los hijos, alumnos de los demás porque lo que son los nuestros!
Yo invitaría a los padres, depositarios totales de sus hijos en vacaciones, a que reflexionaran y buscaran el origen de eso que llamamos mala educación y que tiene sus raíces, precisamente, en la familia, que confunde atención, derechos, responsabilidad- con permisividad, premios, laureles, coronas, sí, reinados para cada capricho, para cada pequeñísimo y normal acaecimiento en la vida de los hijos y, por si eran pocos los inventos para festejar a los peques, cumpleaños, onomástica, reyes, Primera Comunión, buenas notas, primer diente, etc. ahora, entre todos, nos hemos sacado de la manga, nada más y nada menos, que el tema de las graduaciones.
Y ahí tenemos a los alumnos de Infantil, por ejemplo, que promocionan a Primaria, graduándose de no sé qué, pero siendo objeto de regalos, fotografías, fiestas... ¡Qué disparate! De verdad que no lo entiendo y hasta me causa risa porque a ese paso, ¿cuántas veces se supone que hay que graduarse en la vida? ¡Qué sé yo! Graduarse, literalmente, significa recibir el título de bachiller, licenciado o doctor y, hasta que yo sepa, era algo que sucedía una vez en la vida.
¡Venga fiestas, regalos, gastos y toda la familia en pie que el niño/a se gradúa! Y la foto del pobre niño, con su gorro de graduado y su carita, más bien triste, y como gritando avergonzado: ¡Que me quiten esto de la cabeza!
Lo justo, lo necesario, es lo que educa y todo lo demás, demasiadas coronas para tan débiles cabezas que acabarán erigiéndose en reyes y no por un día.