16/11/2011
Cientos de veces, a lo largo de estos años, dos palabras he manejado como mantra liberador de los grandes conflictos sociales que nos aquejan: familia y valores. Y no hay pilares más consistentes en educación, ya que, en un mundo tan extraordinariamente cambiante, hoy, más que nunca, se precisa la concienciación de todos, pero en especial de la familia, como eje educador, acerca de los valores que priman, se imponen y dominan los ámbitos educativos.
A lo largo de la historia, escuela y familia venían a ser escenarios exclusivos en los que la vida de los pequeños encontraba el hábitat necesario para formarse. Ambitos inamovibles que transmitían conocimientos, sobre todo, e imponían experiencias y creencias sin resistencia alguna, ya que los hijos, los alumnos, eran sumisos receptores de cuánto creíamos necesario para ellos. Pero el mundo en su constante girar, y cada vez más deprisa, incesantemente incorpora, con fuerza imparable, ambientes que transgrediendo normas llegan, se imponen, dominan, etc. Televisión, amigos, calle y, sobre todo, Nuevas Tecnologías que han dislocado tanto el sistema educativo como la vida de familia. De ahí, que educar hoy es diferente a cómo se educaba ayer.
No obstante, ante el nuevo reto educativo, debe primar el esfuerzo de los padres por conocer todo aquello que pueda ayudar a los hijos de cara a su formación como ciudadanos del mundo que les ha tocado vivir.
Y nada más convincente y efectivo que la conveniencia de vivir en valores. Es decir, dando ejemplo de solidaridad, justicia, moralidad, etc. Educar es un arte porque no hay reglas fijas y cada caso es diferente, cada circunstancia única...
Pero a su vez, la educación es una ciencia y como tal es necesario conocerla, estudiarla y dedicarle tiempo de convivencia, reflexión y análisis. Sembrando valores, hoy, tendremos grandes y frondosos árboles mañana.
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