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VALORES.
Hace unos días, tomando café con un grupo de amigos, se nos fue el santo al cielo recordando los juegos de nuestra infancia y contrastándolos con los de hoy con cierta añoranza, ya que cuando nuestros pequeños viven tan enfrascados en las videoconsolas, juegos de ordenador, etc. se echa de menos que los pequeños ni tan siquiera conozcan aquellos otros tan dinámicos, divertidos y de tan poco coste como eran La rayuela, El escondite, El trompo, etc.
VALORES.
Hace unos días, tomando café con un grupo de amigos, se nos fue el santo al cielo recordando los juegos de nuestra infancia y contrastándolos con los de hoy con cierta añoranza, ya que cuando nuestros pequeños viven tan enfrascados en las videoconsolas, juegos de ordenador, etc. se echa de menos que los pequeños ni tan siquiera conozcan aquellos otros tan dinámicos, divertidos y de tan poco coste como eran La rayuela, El escondite, El trompo, etc.
Yo recuerdo especialmente el juego con el aro. Sí, juego de niños, que bien sexistas que era la sociedad que los clasificaba, pero, ¡cómo me divertía y qué importante me sentía corriendo con el aro por las calles de mi pueblo! Y quien dice con el aro, con el diábolo, con la comba- Cada estación del año tenía sus propios juegos. El juego es un rasgo singular de la infancia y una actividad que acompaña la experiencia cotidiana de los niños. Además, el juego es un derecho de los niños y una expresión social y cultural que se transmite y se recrea entre generaciones.
Hoy día, no hay transmisión que valga: el último invento de la técnica, el más publicitado, el más caro es el que buscamos, a veces hasta con ansiedad económica, para nuestros pequeños. Y es evidente que nuestros niños están saciados de sofisticados juguetes pero con ellos, paradójicamente, hemos desplazado el juego ya que, con los mal llamados juguetes de ahora, los niños pasan horas sentados, absortos, manipulando, sí, maquinitas pero, ¿y la imaginación dónde queda?
Cientos de veces he comprobado como los niños siguen siendo niños y basta invitarlos a un simple juego de los de antes para comprobar cómo les entusiasma. Por qué no vuelve, por ejemplo, el aro. Tal vez no sea rentable para los jugueteros y mucho menos para los padres que, ante todo, desean que los pequeños no hagan ruido, no alboroten, no corran.. Lo de menos, pues, los niños.
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