19/01/2010 ISABEL Agüera
En una obra inédita titulada Repentes , de la que soy autora, me he reencontrado con una singular prosa poética que, modestia aparte, me ha sorprendido por su ingenua y profunda belleza. En uno de sus monólogos dice así: ¿Yo estoy hecha de repentes? De repente, Dios; de repente, nada; de repente, depresión; de repente, amor; de repente, el día; de repente, la noche; de repente la vida, de repente la muerte...
Yo quiero ser aquella niña que se tragó una estrella para dar brillo al corazón de sus repentes. Esta mañana fría de enero, al fin, un fogonazo de sol, desde mi terraza.
Mis pensamientos se han eclipsado en un crecer de sensaciones que más bien es un recorrer horizontes de soledad y silencios. De repente, nada. De repente, casi hastío de tantas mezquindades humanas. De repente, ese lejano país destrozado en un repente y, por si fuera poco, de repente a las seis en punto de la madrugada, una ambulancia de urgencias muy cerca de mi puerta.
Sí, la vida tan solo es eso: en un tris, estar o dejar de estar. No obstante, ¡hay que ver cómo nos apoltronamos en nuestras particulares guerrillas como si fuéramos eternos, como si no existiera más mundo que el de los placeres por el poder!
Ella y él, opulencia, viajes, fiestas, agasajos... El y ella vivían sumergidos, plácidamente, en el mundo del día, y en total desenfreno. Súbitamente fueron sorprendidos por el repente de un eclipse que hizo noche la hora esplendorosa de aquel día. El y ella, en total oscuridad, comenzaron a descubrir enfermos, pobres, niños abandonados, mujeres maltratadas, emigrantes que se hundían en pateras, cárceles abarrotadas de injusticias... Ella y él, atónitos, exclamaron: ¡Pues si hay otro mundo: el de la noche! De repente, majestuoso, rojo, bellísimo, un capullo en el rosal de mi terraza.
¡Quién fuera la niña aquella que se tragó una estrella y poder volar con su brillo a ese país destrozado!
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