DIARIO CÓRDOBA
El milagro es lo que importa. El santo, tres familias que muy cerca de mí comían el pasado sábado en una terraza y a las que aquel día aplaudí en silencio y hoy quiero hacerlo públicamente, dedicándole esta carta.
En total seis niños de cuatro a siete años que correteaban jugando por los alrededores. De pronto, los vi en complicidad que se traducía en puñados de monedas extraídas de una averiada máquina de pelotas. En contenidas carcajadas, entre ingenuidad y picardía, corrieron a revelar a los padres tan insólito placer.
Y mi expectación, que sin perder paso observaba el trajinar de los niños, se subió por las nubes esperando ver cómo reaccionaban aquellos padres. Ese dinero no es vuestro –les explicaron-. Perteneces a alguien que se busca la vida con esas maquinitas. Así que vais a la barra y lo entregáis.
Los pequeños, todos, hasta el de cuatro años, desfilaron, y yo creo que con gozosa responsabilidad, a depositar sus preciadas monedas en manos del dueño del bar. Sinceramente me sentí feliz.
Sí, queridos padres: así se educa. Tened la seguridad de que a esos niños les caló tan hondo aquella sencilla lección que jamás protagonizarán robo ni corrupción alguna. Desde mi mesa, las reflexiones me comían y en ellas, más que ninguna, la maravillosa tarea que puede ser educar, dialogando, razonando, conociendo el camino recto a seguir en cada ocasión, y las ocasiones, a lo largo de los días, son muchas.
Hay, no obstante, que estar muy atentos y no dejar pasar momentos únicos e irrepetibles. Momentos cruciales donde el ejemplo, la honradez, la justicia, la responsabilidad, etc. se hagan destacar, sencillamente, porque el hombre capaz de hacer fácil lo difícil es educador. Y aquellos padres lo fueron.
Por ello, si llegan a leer esta carta, quiero que sepan que los felicito y que ojala muchos padres caigan en la cuenta de que así, sólo así, se educa.