Cielo en rebajas
26/08/2010 ISABEL Agüera
¡Hay que fijarse lo que se ha rebajado el pecadero! Sí, porque en mis años de niña y joven se entraba a la Misa con tupido velo hasta la cintura, manguitos, medias y cuello alto. Y para más inri la autoridad del monaguillo se imponía a la chiquillada de forma que se plantaba en la puerta de la iglesia y, si no le caías bien, pues que no entrabas. En más de una ocasión tuve que dar la vuelta y quedarme compuesta y sin novio: ¡Tú no entras, nena, que eres mu fea! (creo que sí, que era feúcha). Y, claro, para ese pecado no había confesionarios, pero, ¡a bien que no era larga la retahíla! Mirar, pensar, soñar, vestir, caminar...
¡Cuántos pecados colgados siempre a nuestras conciencias infantiles! Bueno, pues, ¡a lo que voy! En verano, y en lugares de costa, me apetece un montón entrar a las iglesias vacías y, a media luz, escuchar la voz del silencio, la voz de un Cristo que parece decirme: ¡Qué solo y abandonado estoy! Las voces también del incienso, las velas, los rezos...
Una mescolanza de ondas pasadas y presentes por las que me gusta navegar, buscando el justo punto medio en que debo situarme. Resulta que en uno de esos éxtasis veraniegos me tropecé con una pandilla de mujeres y hombres que, en bañador puro y duro, entraban, genuflexioneaban, se santiguaban y, santo por santo, recorrían altares, comentando en voz de grito, riendo, etcétera, mientras yo seguía mirando al Cristo que suspiraba: ¡El cielo anda de rebajas, hija!
Lo suyo hubiera sido que yo alzando un látigo (¡qué barbaridad!) los hubiera arrojado del templo pero, ¿quién se atreve ni tan siquiera a levantar una mano con los navajeros que circulan hoy día? En serio: el tema merece una reflexión. ¿Es que ya todo está bien? No, por favor. Al menos conservemos la estética para saber dónde pisamos. Si el cielo anda de rebajas, no lo quiero. Me quedo con el Cristo suspirante y suspiro.
* Maestra y escritora
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