martes, 22 de febrero de 2011

Que canten los niños

Que canten los niños

23/02/2011 ISABEL AG ERA
Al plantearme el tema de la semana para esta columna, el Día de Andalucía, se me impone, dada la proximidad de fechas, y con premura, que no puedo eludir el recuerdo de muchos años atrás, cuando no existía tal fecha y cuando la escuela estaba radicalmente dividida: escuela pública y escuela privada, lo que equivalía a escuela de pobres y a escuela de ricos o menos pobres, a la cual yo pertenecía, pero algo en mí se revelaba, a pesar de mis pocos años, y sentía así como pena, cuando, peinadas con brillantina y trenzas, las niñas, y pelados al rape, los niños, anónimos, con babis de lienzo moreno y un intenso olor a lejía y jabón verde, en rigurosas y disciplinadas filas se posponían a los otros niños y niñas de uniforme y banda, de velos blancos y zapatos de charol, de colonias y peinados de tirabuzones.

Muchos años también, andando el tiempo, en el que me convertí por auténtica vocación, en maestra de niños y niñas pobres . Hoy, cuando todo se torna crisis más crisis, quisiera escuchar el gran coro de niños y niñas de nuestra tierra, cantando el Himno de Andalucía porque, con el esfuerzo de todos, hemos logrado espléndidos centros escolares públicos con profesorado especializado para todo, con instalaciones para deporte, música, bibliotecas, nuevas tecnologías, etc.

Que canten los niños porque se acortaron distancias sociales y en lugar de maltrechas carteras de cartón, los alumnos hoy, sin distinción alguna, portan ordenador, caminan erguidos y "calzan" el mismo número de zapatos, y todos despiden el perfume de una mejor vida.

Es mucho lo que falta, de ello soy consciente, porque la educación es una maratón sin meta. Cada día, nuevas expectativas, nuevos problemas, nuevas carencias, nuevas ilusiones, etc.

Lo importante es saberlo y poner en boca de los niños la palabra esperanza, que los transformará en hombres y mujeres de luz.

martes, 15 de febrero de 2011

Más que vecinos

Mas que vecinos

15/02/2011 ISABEL Agüera


Más de treinta años, sí, tantos, colaborando en prensa y es la primera vez que dedico unas palabras desde este medio a mis vecinos, a veintiocho familias que viven bajo mi mismo techo, durmiendo y despertando con idénticos sonidos, compartiendo la mágica fiesta de tantas Navidades, compartiendo, a todas horas, ascensor, escaleras, problemas de comunidad... Intercambiando miradas, sonrisas, palabras...

Muchos años y muchos recuerdos compartidos. Nuestros hijos, aquellos niños de juegos y tareas, no solo crecieron sino que, con lágrimas en el corazón y mil sonrisas en los labios, un día les dijimos adiós, cuando izando alas volaron, respondiendo así a la implacable llamada de la vida, y otro día despedimos a seres queridos que nos dejaron para siempre: padres, maridos, esposas que fueron pasos, saludos, sonrisas... Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, sus voces, día y noche, son ecos que, como canción sin fin, podemos escuchar.

Y aquí, en este bloque, y para nosotros, esa canción corea nombres, vecinos que como luminoso eco repite: Aunque nuestra voz haya callado, nuestro corazón os sigue hablando... A todos, sí, porque más que vecinos somos una gran familia. También nosotros hemos crecido, nos hemos ido quedando solos, con achaques, con ilusiones, tal vez, marchitas, con pasos cada día más inciertos, más cortos, más lentos... No obstante, siempre un vecino a mano para seguir compartiendo los días con sus luces y sombras. No son muros los que nos separan sino débiles paredes por las que hasta la respiración es como grito en negra noche de momentos.

Son muchas las comunidades de vecinos, auténticos archipiélagos en medio del inmenso mar que es el mundo, vecinos que ni tan siquiera se conocen, se miran... Bajo el mismo techo, bajo el mismo cielo, mis vecinos y yo seguimos haciendo camino.