OPINIÓN/ DIARIO CÓRDOBA
16/04/2013
Ahora que ha pasado algún tiempo, no sé si reír o llorar, pero el yuyu no se me ha ido del cuerpo o más bien la impresión. Pues, nada que bajo un día tan flamenca a tomar un cafelito cuando al llegar alprimero y abrir el ascensor casi caigo encima de un ataúd, colocado en horizontal, literalmente, justo, delante de la puerta. ¡Madre mía qué susto! O mejor dicho, qué impresión, porque ni idea de que hubiera alguien en el bloque a punto de palmar y si había sucedido de repente, ¿quién podía ser?
Nos conocemos los vecinos desde hace tantos años- Llegué a la cafetería --unos veinte pasos-- con el corazón en la boca y el pulso golpeándome las sienes. Pregunté a diestra y siniestra y no solo eran más ignorantes que yo sino que seguían tan campantes con las tostadas a tope de mejunjes.
Medio me atraganté en un revuelto de ataúd y zumo de naranja con interrogantes que me atropellaban: ¿quién podía ser? ¿Qué le podría haber sucedido? ¡Ay, ay, qué mal lo pasé!
Y sí, era un vecino de poco tiempo y rápida enfermedad, lo cual no quita lo mucho que sentí su pérdida, pero a la que voy a referirme es a la poca ética, por no decir otra cosa, del Tanatorio, cuyo nombre omito.
¿Y si hubiera bajado o subido un niño, por ejemplo? ¿Acaso no hay formas de evitar tan desagradable incidente? ¡Claro que un ataúd no cabe en el ascensor!, pero el portal es grande, tiene recovecos y siempre se podría colocar de forma más disimulada o impidiendo el funcionamiento del ascensor.
Sucede que la profesionalidad de los operarios brilla por su ausencia, como está ausente de otros muchos trabajos en los que previamente habría que dar normas éticas de actuación porque la familiaridad del oficio no quita que a los demás nos resulte hasta macabro encontrarnos, sin previo aviso, que suben o bajan un cadáver cuyo ataúd, carretilla, etcétera, lo espera, nos espera, en la puerta del ascensor.