EL MAÑANA, OTRO DÍA NO EXISTE HOY
sencilla librería atiende, aconseja, conversa con la escasa clientela que le llega cada día.
Yo, refinada, soñadora, solitaria, clienta habitual de material rutinario para mis muchas aficiones, caigo en la cuenta, un día, de que he olvidado el monedero.
Él, sencillez que traduce en las mejores palabras: No se preocupe: mañana me paga; otro día.
Y presta al día siguiente, frente a la puerta cerrada de aquel establecimiento, leo: Cerrado por defunción. Alguien me comenta: Ha muerto el dueño.
Siento de repente que las piernas no me responden, que un escalofrío me conmueve, que la vista se me pierde en un laberinto de negras interrogantes.
A punto de desmayarse, me repito: ¡Si hoy es otro día! ¡Si hoy es mañana!
Y presta al día siguiente,
frente a la puerta cerrada de aquel
establecimiento, leo: Cerrado por defunción. Alguien me comenta: Ha muerto el dueño.
Siento de repente que las
piernas no me responden, que un escalofrío me conmueve, que la vista se me
pierde en un laberinto de negras interrogantes.
A punto de desmayarse, me
repito: ¡Si hoy es otro día! ¡Si hoy es
mañana!