DIARIO CÓDOBA / OPINIÓN
El pasado día uno se celebró el Día Internacional de
los Mayores, día que pasó prácticamente desapercibido, pero creo que merece
atención y reflexión. Lope de Vega, en A mis soledades voy, dice: «Ni estoy
bien ni mal conmigo mas dice el entendimiento que un hombre que todo es alma está
cautivo en su cuerpo». ¡Cuántas veces he leído este poema! Ayer mismo fue la
última y tras escuchar a un anciano que me contaba su vida. Sí, porque, con
resignación, se lamentaba de cómo llega un momento en el que el alma no cabe en
el cuerpo –decía-, porque una cosa es querer y otra poder.
Me pareció entenderlo bien porque los años, pasito a
pasito, nos van segando, o al menos debilitando, facultades a todos, pero como
dice Amiel, saber envejecer es la obra maestra de la vida», y no digamos cuánto
valor y voluntad hay que derrochar ante el tremendo drama del que se va
aproximando a la vejez, sintiendo, no obstante, que su alma sigue siendo muy
parecida a aquella con la que jugaba cuando era niño.
El gran drama, creo yo, se profundiza cuando
entiendes que los demás creen que ya tienes bastante con estar vivo y que
aspirar a tener algo más esta fuera de lugar. De ahí que el interés por los
mayores se cifra en conocer su salud física. No obstante, el mayor precisa esa
mínima dependencia que le ayude a salir de su monótona vida, esa mínima
atención que le haga sentir, no solo que está vivo, sino también activo,
ilusionado, con ganas de ir a un teatro, cine, cafetería, viaje etc. porque
cuando el alma se hace tan grande y el cuerpo se va achicando, si no se activan
los estímulos, la vida se convierte en un coche parado desde el que se ve salir
y ponerse el sol y pasar página.
Reflexionemos, pues, y dediquemos algo de nuestro
preciado tiempo a esos padres, o a uno de ellos que solo le resta contar las horas mientras contempla cómo su cabo de
«vela» se apaga sin remedio.