04/08/2009 ISABEL Agüera
Y en esta hora de calor asfixiante de la tarde y en la esperanza de un más suave amanecer, que ya se conmueve, te veo, mi querido chiquitín, por fin, en este mundo de luz del que tú ya formas parte, como una sonrisa que se dibuja en el aire e ilumina el camino crepuscular de mis sueños, rotos mil veces y recompuestos otras tantas por el hechizo creador que es la vida.
Te veo como el mejor beso que puede llegar a mis mejillas, como la orilla verde y fresca donde mis mejores alas podrán plegarse y entonar, una vez más, el maravilloso Himno de la Alegría. Tú, mi niño, casi de agua, ya tienes rostro, nombre en el archivo de mis grandes amores. Tú, que nunca sabrás cuánto te hemos deseado, cuánto soñado, cuánto sufrido, llegaste a la vida porque así lo quisieron dos seres humanos que, al amarse, te soñaron y, desde el mismo instante que supieron de ti, contaron las horas con una extraña ilusión que a todos nos transmitían, como pequeñita ola que nos refrescaba en esperanzas la rutina de los días.
¡Sí, sí; eras tú!, que, desde la otra más allá, te erigías en guía de nuestros vacilantes pasos.
Quiero que sepas que entre lágrimas de alegría, de agradecimiento, de no sé cuántas y extrañas emociones, una vez más, con ese tu primer sollozo que, a pie de quirófano, pude escuchar, me has hecho revivir la magia, el milagro de la existencia.
Y en esta primera carta que te dedico, entre miles de textos más, quiero verter mi primer beso, y no solo para ti sino para todos los bebés que nacen, que viven y también para los que mueren, víctimas, ¡maldita sea!, sobre todo del desamor. El medio mejor para hacer buenos a los niños --dice O. Wilde-- es hacerlos felices, pero tú, mi chiquitín, eres el gran protagonista de mi felicidad, hoy, y es por eso que me ha crecido la bondad.
Sí, el alba. En este día, no solo me trae un nuevo sol, sino que me ha regalado un nuevo nieto.
* Maestra y escritora
* Maestra y escritora
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