31/03/2010 ISABEL Agüera
Me lo decía una antigua alumna de las de sobresaliente para arriba: Me piden currículum para todo y, ¿cómo lo voy a tener si lo que busco es mi primer trabajo? Y a mi memoria el berrinche de aquel primer premio de narrativa que, sorprendentemente, conseguí pero que se cargó el dichoso currículum ése porque, repetidamente, las mismísimas palabras al teléfono: Su nombre es inédito. Nos costaría mucho publicitarlo. Y me tuve que resignar. ¡A ver qué remedio!
Pero eso sí: el propósito firme de olvidarme de premios, fama rápida y barata, olvidarme de la gloria y del placer de pasear con mi obra editada debajo del brazo y pregonando a los cuatro vientos: ¡Que ya soy escritora!
Y comencé a trabajar duro, renunciado a ser planta trepadora, satélite o comercial, renunciando así a cualquier subtítulo que arropara mi nombre. Corrían los años setenta, y yo enfrascada en traer hijos al mundo, y obsesionada por hacer de la escuela un lugar donde mis alumnos y yo fuéramos felices, y embarcada en todas las aventuras culturales que se me ofrecían.
¡Ay, ay que estoy recordando que alguien dijo que nada existe más odioso que escuchar a uno hablar de sus éxitos! Pero, no; yo no hablo de éxitos, sino de currículum, y hablo de cara a que los principiantes de cualquier trabajo sepan que hay un camino que recorrer, que nadie puede dar un salto y en un pis-pas llegar a la cima porque un curriculum es la relación de títulos, honores, cargos, trabajos realizados, experiencias adquiridas, datos biográficos, etc, que califican a uno como competente profesional y si es cierto que muchos de estos atributos se pueden comprar, que el estraperlo curricular anda a la orden del día, la verdadera satisfacción no será la de haberlo obtenido sino la de haberlo merecido.
No a la envidia, no a la competitividad y a las escaleras de arena. Sí al trabajo y punto.