¡Anda que con la que está cayendo, y yo derivando palabrejas! ¿Pero cómo si no llamar al que tiene una mascota? Y lo de tenerla es muy bueno y muy santo y también el de sacarla a pasear, aunque a veces resulta irrisorio ver a un gigantón enganchado a la cadena de un pusilánime chihuahua.
Pero no es el caso al que me voy a referir sino a una pareja más proporcionada: gigante él y gigante perro mascota y no digamos gigante la mierda que soltó el animal en las narices de un grupo de gente que desayunábamos tranquilamente en la puerta de una cafetería de nuestro barrio. ¡Vaya que la mediterránea tostada de aceite y jamón se nos tornó coro de arcadas, aspavientos y reproches!
¿El gigante mascotero? ¡Nada de nada! Tan orgulloso y, tras el instante de parada que llevó la defecación, adiós muy buenas que ahí os quedáis con el paquete.
¡Con la que está cayendo y esta aparente tontería! No obstante, pienso que mucho de lo que nos pasa tiene su raíz en esa poca vergüenza de creer que la "calle" es mía y ¡sálvese quién pueda!, porque nada importa el bien, el respeto que debemos a los demás.
Un bledo nos interesa la "tostada", que se coma o se atragante el otro. Nuestro mundo, más que nunca, queda reducido a la célebre frase del señor Gasset: Yo soy yo y mi circunstancia. Y esas circunstancias, que suman a nuestro yo, tienen otras muchas definiciones: yo, y mi dinerito; yo y mi política; yo y mi poder; yo, yo y hasta mi almohada.
¡Qué pena con lo perecedero que es todo! Siempre estuve, y estoy, de parte de las mascotas, por débiles, manipulables- pero creo que a veces, sin remedio, hay que pactar con el mascotero que es el inteligente responsable de las boñigas y para eso hay que achuchar menos y arrimar más el hombro, ya que de lo contrario, bla, bla- ¡Y quítate tú que me ponga yo!
* Maestra y escritora