29/03/2011 ISABEL Agüera
Por curiosidad, a la vista de un día sí y otro también, busqué un calendario de días internacionales y, ¡hala! ¡Si hasta la rabia tiene su día! ¡Qué barbaridad! Y digo yo: ¿sirve de algo un año de días con dedicatorias? Mi amigo Ginés, con su mijita de guasa, suele decirme que de una tontería hago una teoría. Sucede que, desde mi punto de vista, ni se trata de tonterías y mucho menos de teorizar sobre las pequeñas cosas que van haciendo tilín a mis cinco sentidos ya crecidos por tantos abonos como la vida propicia, y lo de venga días y venga ollas (¿existirán todavía las ollas? ) que aquí estamos para celebrarlos es sinónimo de indiferencia total, sea el santo que sea. De todas formas, falta por proclamar un día importante, al menos, desde mi punto de vista: el Día Internacional de un Día Cualquiera. ¡Lo dicho! --dirá mi amigo.
Y no se equivoca. No es tontería porque resulta que no encuentro fecha para tal día. No existe un día cualquiera, un día en blanco en la corta historia de nuestra biografía. La vida, agridulce de una sucesión de momentos que, en cadena, y en el repente de un flash nos ilumina, viene a ser un día único, especial, por muy cualquiera que nos parezca, pero no hay más. Tan solo disponemos de este día, de este momento.
¿Por qué no vivirlo con la exquisitez de lo efímero y lo sublime de lo transcendente y eterno...? ¿Por qué esperar un calificativo para contar con una fecha más en el almanaque de nuestra vida? Y es que, mientras haya tiempo, no podemos sumirnos en el desaliento, arrastrando como lúgubres y deprimentes las rutinas cotidianas. Desde cualquier lugar, a cualquier hora existe la maravillosa posibilidad de poder tomar y escuchar el pulso de la vida que palpita a nuestro alrededor y extraer de esos latidos el néctar preciso para hacernos receptivos a las pequeñas cosas que singularizan cada día de nuestra corta existencia
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