Pena de muerte
ISABEL Agüera (11/05/2011)
Tras leer montones de artículos, escuchar tertulias y opiniones de todos los colores, me atrevo hoy a reflexionar en voz alta algo que me cuesta digerir y que humildemente expongo, consciente de que ni por cultura, ni por formación política, ni por nada, seguramente, estoy capacitada para hacerlo, aunque hay un pequeño matiz que me impulsa, no obstante, a ello y así poner palabras a esa voz que habla a todos del bien y del mal: la condición de ser humano por encima de todo. Hay un mandamiento, que escuetamente dice, sin posibles interpretaciones, no matarás. Y alguien, que no recuerdo, dijo: matar a una persona por defender un ideal no es defender un ideal: es matar una persona.
No creo que nadie sospeche siquiera de mi repudia más absoluta hacia el terrorismo y hacia los que lo practican o toleran pero, si más de dos tercios de los países del mundo han abolido la pena de muerte, se supone, supongo que no es precisamente de cara a los santos y pacíficos ciudadanos, sino para todos, sin excepción.
Y ahora resulta que nos alegramos, que festejamos, que aplaudimos, como una gran victoria, la ejecución de un ser humano, de dos de sus hijos, nietos, etc. Condeno de forma rotunda --repito-- a todos los Goliat vengan de donde vengan. Pero, dando por descontada esta obviedad, las noticias estrellas de estos días me dejan perpleja. Sí, porque la palabra matar nos va sonando como a broma, y ya la he oído hasta en boca de niños.
En fin, que no, que me uno al coro de voces que hablan del primor de coger vivos a los criminales, juzgarlos y condenarlos. Pero si este mundo va camino de justificar la tortura, la mentira, si va camino de matar y aplaudir a los verdugos, a los chistosos que usan la palabra ma-to, mejor huir de él. No sé a dónde, pero huir.
La pena de muerte es signo peculiar de la barbarie. Lo dijo Víctor Hugo.
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