AMANECERES
Diario Córdoba
Prácticamente nunca la normalidad es tema de los medios, tan dados a grandes titulares. Demasiados protagonistas baratos que a diario ocupan todos los espacios posibles con un electro encéfalo plano que resulta ser el objeto de su manido protagonismo.
De ahí que, personalmente, haya llegado a concluir que nada más anormal que encontrar un ser humano normal. Y he aquí que yo tenga, al menos, uno con nombre propio: Antonio López Albalá. Cuarenta y seis años. Profesión, trabajador desde los nueve en bares y cafeterías, fregando más platos que un loco --dice él--. Talante, educado, servicial, amable, generoso... Practica, en una palabra, el difícil arte de saber estar. Es decir, cercano y distante, expresivo y silencioso, prudente y noble.
Lo conocí cuando era un chaval en una cafetería del barrio. Ya, desde entonces, me gustaba observar su actividad, su eficacia... Me repetía --como decía mi padre ante tales valores--: "¡Este sí gana la guerra!"
Hoy, tras más de treinta años transcurridos y como gobernante de su bar, desde la seis de cada día, al encontrarme con él pienso en el ejemplo que este hombre normal, al que jamás le he oído un mal comentario, una queja de algo, puede ser para tantos jóvenes que buscan, que quieren trabajo pero que no admiten empezar "fregando platos y cobrando una propina".
Tampoco yo desearía eso para nadie y menos para un niño, pero ahí está la ficha técnica de un hombre normal al que desde esta humilde carta quiero homenajear. También a tantos que, como él, son los grandes anónimos de la sociedad pero que su normalidad, que jamás será noticia, para mí son lo que verdaderamente hacen patria.
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