Quedan pocas fechas para finalizar el curso y tanto niños como jóvenes se enfrentan en estos días a exámenes que determinarán si logran aprobar o si por el contrario les espera un largo verano de estudio.
Ante esta realidad que están viviendo los alumnos, por supuesto, pero de la que participan mucho los padres, creo conveniente un alto para reflexionar acerca de lo más conveniente de cara a la mayor ayuda que podamos prestarle en estos días y que, a veces, por ignorancia, que la buena voluntad no falta, se traduce en continuas amenazas o, todo lo contrario, en felices promesas. "Como suspendas, no hay tal o cual cosa. Como apruebes, te compraremos esto o lo otro".
Desde mi punto de vista, y en primer lugar, los padres deben ser siempre motor de comprensión, aliento y ayuda. Y esto no quiere decir que muestren indiferencia por unos resultados o por otros, sino que procuren inyectarles mensajes optimistas, ilusionados, esperanzadores, serenos, sobre todo, sin dar de lado a lo más importante: dedicación, tiempo para compartir estudio, posibles baches y dificultades. Muy importante también el saber que necesitan tiempo de ocio que los relaje y desconecte del atosigamiento al que, por lo general, entre maestros y padres, los tenemos sometidos.
De gran interés para todos es salir airosos de prueba tras prueba en junio pero no debemos olvidar que el curso termina en septiembre y que no se acaba el mundo porque a un niño le quede una o dos asignaturas para repasar. A veces, lo que fastidia a los padres, más que nada, es tener en vacaciones preocupaciones tales.
Pero no pasa nada. Todos los niños no son lumbreras en todo y para todo. El aprendizaje es cualquier cosa menos una maratón. Son muchas las cimas alcanzables y no podemos exigir a todos que coronen la máxima, porque de hacerlo así, no alcanzarán ninguna.
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