Quiero hoy hacer una reflexión sobre
aquellos aspectos que marcan la relación entre padres y maestros -familia y
escuela- en la difícil tarea que a ambos les concierne: la educación de los
hijos. Un rápido análisis nos permite afirmar que, hace unos pocos años, las
familias contaban con elementos de solidez propios y muy superiores a los
actuales: mayor estabilidad en el trabajo, más tiempo libro, menor estrés,
etc., y como consecuencia, más dedicación a los hijos.
En la actualidad, las familias, a pesar de
sus mejores niveles de formación y educación, están más afectadas por
influencias sociales negativas propias de la sociedad actual y son más débiles
en su estructura, encontrándose inmersas, en muchos casos, en problemas reales
que afectan a su estabilidad: carencia de ideales claros de vida, dificultades
de convivencia o ruptura del matrimonio, etc. Esas familias necesitan más que
nunca ayuda en su acción educativa profunda, y deben encontrar colaboración en
el ámbito escolar, dentro de un marco de confianza. La relación existente entre
escuela y familia exige de ellas una exquisita coordinación. La familia, los
padres en muchos casos no solo rompen la supuesta coordinación que debe
existir, sino que crean grandes conflictos para el entendimiento.
Es muy importante que reflexionemos en la
importancia del maestro en la vida de nuestros hijos porque en esa obligada o
no cesión de responsabilidades, está en juego el futuro de los hijos.
Desde el momento que los padres eligen un
centro escolar deben establecer con su profesorado una muy especial relación de
respeto, confianza, credibilidad y sobre todo complicidad y siempre sin olvidar
que como dice el filófoso francés Rousseau, «un buen padre vale por cien
maestros». Frase que avalo al cien por cien, recordando al mío como el mejor
maestro que tuve.