Con bastante displicencia los intelectuales, en general, suelen
pronunciarse, con respecto al sistema de
comunicación que son los chats, las redes sociales, cualquier otro medio de Internet, haciendo incluso gala de su elevado status para descender, a tan
vulgar y hasta chabacana práctica popular. Claro que para mucho de ellos puede
que pertenezcan al aristocrático hábitos
como el tabaco, los juegos de azar,
la jactancia, los absurdos debates, el copeo, el bla,blá sin decir algo que valga la pena, el
subir el tono de voz para ser oídos,
aunque sólo se logre un ruido insoportable...
Bueno, pues yo debo ser plebeya,
porque, cuando ceso en mi apretado caminar a lo largo y ancho de los días,
cuando la soledad llega y se acentúa con las lentas horas de la noche, mi mejor
opción es el chat. Allí encuentro amigos que con sus palabras cálidas, con sus
ocurrencias a veces tan divertidas, con
sus mentirijillas con sus problemas...
acabo por sentirlos aquí, cerca de mí, como lo están mis peces, mis plantas, como lo está la luna que
lentamente va pasando por el cielo de mi terraza.
Y ellos, amigos invisibles, se esfuerzan, nos esforzamos por dar de
nosotros lo mejor que tenemos e incluso, inventamos, disimulamos, cuando al
otro lado, el amigo, la amiga está deprimido, solo...
Para mí, allí donde haya seres humanos, está la auténtica vida, la de
diario, si queremos, pero, en definitiva, la más generosa y desinteresada, la
vida de gente, sin duda, con frustraciones y problemas, como todos, pero que desde el chat, lo mismo tiende una
mano para acariciar, que la alarga para
ser acariciada. E inevitablemente se da aquello
que dice: el que habla siembra, el que escucha recoge. Y en esta práctica, particularmente, no sé si
logro siquiera remover la tierra, pero, seguro, seguro que recibo mucho.
Por eso, a mis amigos del chat, de las redes sociales les debo
la ilusión de compartir la cotidianidad, tan cargada de agridulces que
fácilmente se pueden indigestar y hasta
enfermarnos sin remedio. Es verdad que hay gente para todo, pero basta con una callada por respuesta.
No conozco vuestros rostros,
amigos, pero sí algo de vuestras almas.
Os quiero.
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