martes, 10 de noviembre de 2009

Hablar y Callar

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10/11/2009
Hablar y callar
10/11/2009 ISABEL Agüera
Me emocionan, sí, y puede parecer un pego, ver los autobuses pasar vacíos o casi, a primeras horas de la mañana o en la noche. Y a veces --seguimos con el "perigallo"-- subo en ellos por el mero gusto de dar un paseo por todo el recorrido. ¡No me veas los reojos del conductor por el espejo retrovisor!
Este gustazo me viene dado por la necesidad de rellenar huecos en los que hay que callar y no obstante vivir sin prisas y sin justificación el tiempo que podamos o nos venga en gana.
Y es que hoy día, metámonos todos, no sabemos cerrar la boca y estacionarnos en la contemplación de la vida como paisaje que se desliza ante nuestra vista con sus luces y sombras. No, si tenemos tiempo y estemos donde estemos, ¿acaso no disponemos del teléfono móvil para hablar con alguien?
Me decía un amigo -cito literalmente-: no hay para mí mayor placer que hablar por el móvil en el retrete. Digo yo que, como mínimo, es una falta de respeto al respetable y digo yo que más fino queda la palabra inodoro.
Saber estar callado y hablar cuando hay que hablar, hoy, más que nunca, es como un arte y, bueno, puede que cerremos la boca, pero abramos, nada más entrar en la casa, la bocaza del televisor y, ¡hala!, como música de fondo a no escuchar nada pero eso sí, a sentir el jaleíllo que se cuece tras la pantalla, que da igual lo que sea, pero hay quien dice que acompaña.
Hemingway tiene una famosa frase al respecto: se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta, para aprender a callar. Eso es lo que él dice pero yo creo que no hay edad para el maravilloso aprendizaje de estar con la boca cerradita y, sobre todo, para saber escuchar. ¡Hay que ver cómo más, mucho más que el otro tenemos de todo! ¡
Y hay que fijarse cómo le quitamos la palabra, nada más abrir la boca para desahogarse! La tontería del bus, sin más, pues, ¡el mejor parloteo para estar al día!

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