ISABEL AGÜERA 12/09/2012
Un nuevo curso que debe estar, ¡cómo no!, abierto a la ilusión y esperanza. También yo, desde el aula de mi ordenador, quiero colaborar a que así sea, sencillamente, dejándome llevar siempre, ante todo, por mi amor al magisterio y a los niños. De ahí, que este año quiero que ellos sean los protagonistas que brillen en esta humilde columna.
Decía mi padre, y lo he podido corroborar en otros tiempos, que todo lo que precisa un alumno para aprender cabe en la palma de una mano. Efectivamente, hubo un tiempo en el que los alumnos, al menos los de la escuela pública, asistían a clase cuando podían y con las manos en los bolsillos, si los tenían.
Ni mucho menos quiero decir que esta situación sea deseable ni reivindicable. Atrás quedaron aquellas grandes penurias y habíamos, al fin, aterrizado, en tierra abonada donde era posible crecer y aprender con medios que favorecían y estimulaban tanto a profesores como alumnos.
No obstante, desde mi punto de vista, nos habíamos excedido en medios complementarios como es el tema del material escolar. Grandes listas que pasaban por las más variopintas obligaciones para los alumnos y que los padres aceptaban sin dejar de expresar su malestar por el gasto añadido que a otras muchas necesidades sumaba.
En definitiva, la vuelta al cole suponía un golpe a la economía casera. Muchas veces he repetido, porque así lo creo, que donde hay un maestro y un alumno, hay una escuela. Todo lo demás puede resultar miel sobre hojuelas, pero lo fundamental y necesario no consiste en tener más o menos cuadernillos, cajas, rotuladores, etc. sino en entender que los niños son como vasijas que esperan llenarse con el grifo de nuestra enseñanza, educación y, sobre todo, con el agua fresca y limpia de nuestra verdadera vocación, capaz de sacar de la nada, si es preciso, competencias y alegría.
No los dejemos escapar con las manos vacías.
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