martes, 16 de julio de 2013

Una carta anónima

                                                           
He aquí, amigo, el secreto del perpetuarse en el tiempo:
la identificación con el inmenso mar que es el mundo
y del que sólo somos asalariados de un día,
cuyo contrato renovable sólo debe caducar con la muerte.

Sí, me llegó sin el menor signo de identidad. Carta anónima que no obstante su contenido era entrañable y gratificante: alguien me devolvía uno de mis artículos  en el periódico, copiado, enmarcado e ilustrado.
Y tras esta introducción necesaria, vuelvo al tema que movió a este asiduo de mi columna a tomarse tantas molestias. Y quiero felicitarlo por su decidida campaña de prejubilación desde la que apuesta por seguir incorporado al progreso en una decidida actitud de servicio a la sociedad que, en definitiva, revertirá en bien propio porque no son los años los que jubilan, sino la sumisa aceptación de un supuesto mal que llegará sin remedio. La vida, querido amigo, tal y como yo la veo y la entiendo, no es un mirar al mañana con desaliento, sino un presente de paz, de trabajo, de incorporación, en la medida de lo posible, al progreso, a los cambios... Y también es una hermosa mañana, un lugar agradable, una nueva e ilusionante amistad y, bueno, todo un día por delante.
Un sencillo cuento.
Un hombre dijo a otro: Con la marea alta, hace mucho tiempo escribí unas líneas en la arena, y la gente todavía se detiene para leerlas y cuida de que no se borren. Otro hombre dijo: Yo también escribí unas líneas, pero lo hice durante la marea baja y las olas lo borraron y fue breve su vida. Pero, dime -dijo el hombre primero- ¿qué fue lo que escribiste? Escribí: soy lo que soy, y tú; ¿qué escribiste? El hombre primero contestó. Escribí esto: Sólo soy una gota de este mar inmenso.
He aquí, amigo, el secreto del perpetuarse en el tiempo: la identificación con el inmenso mar que es el mundo y del que sólo somos asalariados de un día, cuyo contrato renovable sólo debe caducar con la muerte.
Aquel otro hombre, al escribir, sólo soy lo que soy, no encontró mejor meta que él mismo, y las gigantes olas del tiempo se encargaron de hacerlo desaparecer de la faz de este universo donde nuestros nombres están escritos con letras de lujo.
Gracias, amigo y adelante. Ése, ése es el camino de la sabiduría que te deseo y en el cual deseo vivir.

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