En Villa del Río, mi pueblo, el día grande será siempre el ocho de septiembre, día que nuestra Virgen de la Estrella recorre las calles, rodeada y a "hombros" de un pueblo que se hermana bajo su manto
Como sucedía con todas las fiestas locales, y en está muy especialmente, la gente comenzaba con tiempo la limpieza de las casas que pasaba por encalados de fachadas, limpieza de tejados, pintura de balcones y ventanas. También los interiores eran objeto de exhaustiva puesta a punto que, a veces, hasta pasaba por el lavado y escaldado de colchones y lanas.
Pero sobre todo pasaba por un sustancioso aprovisionamiento de dulces caseros: pestiños, magdalenas, orejas, etc. Recuerdo el ir y venir a los hornos con chapas de dulces en masa, primero, y los cestos con los dulces horneados y olorosos, después. Y recuerdo los recintos de aquellos hornos de leña con grandes tableros por mesas repletos de pan. En Navidad, sobre todo, era un placer permanecer al calor de los hornos en espera de turno, entre una media nube de moscas que se posaba sobre los blancos lienzos, que cubrían las tablas de masa, y el olor reconfortante de tortas y pan caliente.
Aquellos aprovisionamientos extras tenían como destino primordial la llegada de familiares y visitas, por lo que la administración que se hacía de ellos era bastante comedida con respecto a los deseos de los más pequeños que encontrábamos en aquellos dulces auténticos placeres gustativos
Y aquí tengo que citar a la famosa Juana Lino, a la que con tiempo, se la contrataba para los roscos de viento que hacía como nadie, en las casas, rodeada de la familia que colaboraba en lo necesario. Allí me sigo viendo, en la gran cocina, rodeando con mis hermanos, y esperando el momento de poder degustarlos.
Doy gracias a Dios por recordarlo, y doy gracias, más que nada, por haberlo vivido ya que, el saborear, hoy, una simple galleta, es algo que sé agradecer y, eso, valorar el esfuerzo de nuestros mayores para situarnos donde estamos hoy.
Mañana, DM. seguiré y le tocará el turno a los preparativos de nuestra ancestral tómbola. Un millón de besos para todos y cada uno.
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