lunes, 11 de enero de 2016

El valor de la rutina

DIARIO CÓRDOBA/ OPINIÓN
ISABEL Agüera 12/01/2016
Hoy, amigos, leemos la prensa.
Uno tiene en sus manos el color de sus días... (Mario Benedetti) 
Sí, a eso que llamamos rutina, podemos imprimirle cada día nuevo color.
 Recuerdo cómo yo le ponía letra, al "carretilla", tren aquel de ruidoso movimiento --tchou-tchou--. Parecía cantar: cuesta arriba, cuesta abajo, qué fatiga, qué trabajo... Y tragando humos y carbonilla, llegábamos al fin a nuestro destino. ¡Ea, pues, tras unos días de gozoso asueto, hemos subido de nuevo al tren de lo cotidiano! ¡Y qué fatiguita la cuesta arriba! La mesa de trabajo, los papeles, las caras, todo parece que se nos amontona en un negro cuyo rótulo, bien fluorescente, nos recuerda el destino: rutina, rutina que vuelve a ser algo así como eletrectoencéfalograma plano sin matices que valgan.
Recuerdo las palabras de un amigo que, operado de una grave dolencia, me decía: solo quisiera poder volver, un día siquiera, a tomar un café en mi bar de siempre. Y por experiencia creo que sabemos cuánto se valora lo que se pierde por pequeño que sea, y no digamos lo grande que siempre, pero más que nunca hoy día, puede ser perder el trabajo.
A veces creo que nos autoengañamos, contándonos las maravillas de unas vacaciones, ya que, por lo general, y ante un acto de sinceridad, es muy frecuente exclamar que como en casa no se está en ninguna parte y hay que ver con la gana que retomamos nuestro sillón, nuestra cafetería, nuestra ciudad. La trampa de la rutina --V. Hugo-- se desarma mirando excepcionalmente lo no excepcional. Y es que nuevo y excepcional podría ser ese subir al "carretilla" de cada día y hacerlo excepcional, porque lo es: tener salud, poder salir a la calle, tener un trabajo, una familia, amigos...

Es por eso que consciente del valor de cada pequeña cosa, aún tragando "carbonilla", me emocione al despertar. 
Sí, un día más, un día excepcional para ver a la gente, a la familia, salir a la calle, sentarme en mi ordenador, ver correr las nubes, tomarme un café, mientras pasa el autobús vacío de las seis de la mañana. Vivir, es la la más excepcional de las rutinas. No dejemos que sea monocolor.

¡Qué cariño le tengo a la vieja estación de mi pueblo! Vías, trenes, gente, cantina y aquella perezosa campana que anunciaba la llegada y salida de trenes. Hoy, puertas cerradas, vías muertas, clausurada la vida... Pero me sigue gustando, la sigo queriendo; es mi estación de tantas salidas y llegadas... Hoy, vuelvo a subir a mi cantor y humeante "carretilla" excepcional rutina.

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