¿Recordáis la foto del
marginado de ayer? Bueno, pues hoy, en la terraza de mi cafetería, escuchaba
música. Estaba prácticamente sola, cuando
apareció un grupo de alegres jóvenes que volvían de la feria.
Comentaban, preocupados, que habían
atropellado a un gato a unos metros de allí. Terminé con el café, la música y
la tranquilidad y me fui en busca del gato.
Efectivamente estaba cerca.
Agonizaba al filo de la carretera; nada se podía hacer por él. Rápidamente
saqué el móvil para hacerle la foto y que la viráis aquí, pero como si me sujetaran las manos, caí en la cuenta de que
no era justo hacer aquella foto sin autorización y, sobre todo, caí en la cuenta de que los animales también
tienen privacidad y que yo no se la podía robar, aprovechando la indefensión de
los últimos momentos de su vida.
Así que, nada, no hay foto del gato, pero me
siento feliz por haber estado allí en esos momentos en los que el gato no moría
solo y
un nuevo día amanecía.
Todo lo que termina me entristece y deja algo de vacío,
pero todo lo que empieza me llena de felicidad,
y hoy empezó así el día.
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